miércoles, 14 de octubre de 2020

CERRAR A LAS DIEZ

CERRAR A LAS DIEZ

En media España andan a la gresca por eso de cerrar los bares y restaurantes a las diez de la noche. Los de sanidad afirman que es en esos locales donde menos se respetan las distancias y donde más se propagan los virus de la pandemia. Los hosteleros aseguran lo contrario y así no hay quien se ponga de acuerdo. Tendrían que hacer una convención de médicos y de hosteleros para ver la manera de salvarnos a todos.

Pero a esa reunión deberían acudir también aquellos que necesitan estos locales para darle algo de sentido a la noche, porque no tienen otro sitio en el que sentarse un rato o tumbarse para soñar con las estrecheces del día siguiente.

Los gerentes de negocios, las gentes de postín y cuello blanco lo tienen más sencillo, pues que pueden sustituir los restaurantes por el take away servido a domicilio en salones amplios, con sillones cómodos en los que echar la sobremesa y lo que se tercie después. Todo ello si ya se han marchado las doncellas de cofia y mande usted, porque, si no, aún lo tienen más fácil. Nada les impide seguir ampliando negocios, comprando acciones o intercambiando fórmulas de mercado

Bastante peor lo tienen aquellos que encuentran en la noche todo lo que el día les descoloca. Son los desajustados de la vida, los que no se encuentran consigo mismo si no es ante un vaso de vino o bajo las tenues luces de cualquier garito, los hippies del desarrollo, los estrafalarios de la moral, las busconas y los mirones, los que juegan a desintegrar la vida en sorbos y relámpagos, los que no saben del tráfago de las aceras y tienen su casa bajo las farolas, los que… En fin, tantos y tantos.

Hay por fin otro grupo al que poco le importa el horario de cierre de cualquier garito, pues su reloj es el de las horas de luz, solar o de la otra, los que han pasado el día poniendo la mano por si cae algo y por la noche se acuestan a olvidar en un cartón, acaso cerca de alguno de estos lugares en los que solo de vez en cuando les permiten entrar a calentarse un poco.

Los estudiantes y turistas que vienen a España, sobre todo en verano, preguntan extrañados: “¿Cuándo duerme la gente aquí?”. Lo dicen pensando que al día siguiente todos se tendrán que levantar temprano para ir a sus trabajos. No saben que para ello hay que empezar por tener un trabajo que regule las horas y que te mande para casa a una hora prudencial, para poder descansar y tenerte en pie. Y de eso no hay todo lo que se quiere o se puede.

Los últimos bohemios de los locales nocturnos suelen mezclarse con los primeros somnolientos madrugadores y con las primeras luces, todavía niñas, del día. Esa mezcla de olor a alcohol, de sueño y de luz de la mañana produce un cuadro casi de arco iris, desigual y tragicómico, que habría que pintar con palabras o con pinceles para colgarlo de todas las farolas.

Las gentes de los pueblos y de las pequeñas ciudades se extrañan porque entienden que lo más lógico sería que cada cual estuviera en su casa a una hora prudencial, y aplican aquel dicho que rezaba así: “A las diez, en la cama estés; si puede ser antes, mejor que después”. Se conoce que esta gente no ha llegado a la modernidad esa de la noche. Uno, que es orgullosamente de pueblo, la verdad es que tampoco lo entiende y con frecuencia imagina los pueblos y ciudades con las puertas cerradas y con las casas llenas, con un buen dormir y con un mejor descansar. Y con unos ánimos mejor saneados para levantar la vida del día siguiente buscándole su afán particular y su convivencia en paz.

Sé que son solo sueños y que la vida es un vaivén con variables que a uno se le escapan y en las que tiene que navegar entre la calma y la zozobra, intentando humildemente que no navegue el barco.

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