CERRAR A LAS DIEZ
En media España andan a la gresca
por eso de cerrar los bares y restaurantes a las diez de la noche. Los de
sanidad afirman que es en esos locales donde menos se respetan las distancias y
donde más se propagan los virus de la pandemia. Los hosteleros aseguran lo
contrario y así no hay quien se ponga de acuerdo. Tendrían que hacer una
convención de médicos y de hosteleros para ver la manera de salvarnos a todos.
Pero a esa reunión deberían
acudir también aquellos que necesitan estos locales para darle algo de sentido
a la noche, porque no tienen otro sitio en el que sentarse un rato o tumbarse
para soñar con las estrecheces del día siguiente.
Los gerentes de negocios, las
gentes de postín y cuello blanco lo tienen más sencillo, pues que pueden
sustituir los restaurantes por el take away servido a domicilio en salones
amplios, con sillones cómodos en los que echar la sobremesa y lo que se tercie
después. Todo ello si ya se han marchado las doncellas de cofia y mande usted,
porque, si no, aún lo tienen más fácil. Nada les impide seguir ampliando
negocios, comprando acciones o intercambiando fórmulas de mercado
Bastante peor lo tienen aquellos
que encuentran en la noche todo lo que el día les descoloca. Son los
desajustados de la vida, los que no se encuentran consigo mismo si no es ante un
vaso de vino o bajo las tenues luces de cualquier garito, los hippies del desarrollo, los
estrafalarios de la moral, las busconas y los mirones, los que juegan a
desintegrar la vida en sorbos y relámpagos, los que no saben del tráfago de las
aceras y tienen su casa bajo las farolas, los que… En fin, tantos y tantos.
Hay por fin otro grupo al que
poco le importa el horario de cierre de cualquier garito, pues su reloj es el
de las horas de luz, solar o de la otra, los que han pasado el día poniendo la
mano por si cae algo y por la noche se acuestan a olvidar en un cartón, acaso
cerca de alguno de estos lugares en los que solo de vez en cuando les permiten
entrar a calentarse un poco.
Los estudiantes y turistas que
vienen a España, sobre todo en verano, preguntan extrañados: “¿Cuándo duerme la
gente aquí?”. Lo dicen pensando que al día siguiente todos se tendrán que
levantar temprano para ir a sus trabajos. No saben que para ello hay que
empezar por tener un trabajo que regule las horas y que te mande para casa a
una hora prudencial, para poder descansar y tenerte en pie. Y de eso no hay todo
lo que se quiere o se puede.
Los últimos bohemios de los
locales nocturnos suelen mezclarse con los primeros somnolientos madrugadores y
con las primeras luces, todavía niñas, del día. Esa mezcla de olor a alcohol,
de sueño y de luz de la mañana produce un cuadro casi de arco iris, desigual y
tragicómico, que habría que pintar con palabras o con pinceles para colgarlo de
todas las farolas.
Las gentes de los pueblos y de
las pequeñas ciudades se extrañan porque entienden que lo más lógico sería que
cada cual estuviera en su casa a una hora prudencial, y aplican aquel dicho que
rezaba así: “A las diez, en la cama estés; si puede ser antes, mejor que
después”. Se conoce que esta gente no ha llegado a la modernidad esa de la
noche. Uno, que es orgullosamente de pueblo, la verdad es que tampoco lo
entiende y con frecuencia imagina los pueblos y ciudades con las puertas
cerradas y con las casas llenas, con un buen dormir y con un mejor descansar. Y
con unos ánimos mejor saneados para levantar la vida del día siguiente
buscándole su afán particular y su convivencia en paz.
Sé que son solo sueños y que la
vida es un vaivén con variables que a uno se le escapan y en las que tiene que
navegar entre la calma y la zozobra, intentando humildemente que no navegue el barco.
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