viernes, 30 de octubre de 2020

EL CASTAÑAR DE LAS CASTAÑAS

 

 EL CASTAÑAR DE LAS CASTAÑAS

La situación sanitaria en la que nos encontramos y el tiempo soleado y templado que nos acompaña nos llevan muchos días al paseo por los alrededores de Béjar. Es la mejor forma de respirar aire puro y de sortear la presencia de la gente.

El Castañar es uno de los mejores parajes para ello. Este monte aglutina toda una serie de elementos, que hacen de él un lugar muy especial: paisaje, temperatura, religiosidad, ocio, paseo, residencias de verano, frutos en otoño, huidas furtivas… Muchos pueblos y ciudades consagran un punto elevado en el que concentran actividades representativas para los ciudadanos, de tal manera, que una buena parte de la idiosincrasia de la comunidad se puede observar en ese lugar. El asunto daría para un largo ensayo, tal vez más útil para extraer consecuencias para el presente que el descubrimiento de no sé qué documento; pero el horno no está para estos bollos en estos momentos.

Esta mañana Dios se puso azul y, cuando Dios se pone azul en los otoños bejaranos, parece que se ha echado al hombro una buena tienda de campaña y se ha quedado tomando el sol en todo lo que alcanza la vista. Parecería que con él se ha traído el paraíso para exhibirlo.

De describir este paisaje ya me he ocupado en muchas ocasiones y no quiero hoy repetirme, aunque me tienta. No me extraña que los que lo viven por primera vez no resistan la tentación de hacer su acuarela paisajística particular y su retrato laudatorio. La cosa no es para menos.

Como a mí la contemplación del paisaje quiero que me sirva para la reflexión, procuro echar a andar el pensamiento y dejarme llevar por él.

Hoy miraba el paisaje de castaños y contemplaba los suelos llenos de erizos, con sus frutos ya a la vista, dispuestos para el que quiera extender la mano y recogerlos. Mucha gente ya lo ha hecho. Otra lo hará durante estos días de calbotes. En muy distintas ocasiones he visto cómo las gentes vareaban las ramas para obligarlas a dejar caer los erizos. Mala costumbre, cuando el fruto se nos da gratis con solo esperar algún día más. Hoy también había gente rebuscando castañas. Es otra buena forma de tomar el sol y de agradecer a la naturaleza sus frutos.

Pero pensé enseguida en la larga historia que tienen estas castañas y estos árboles; y a la imaginación acudieron algunas escenas propias de otros tiempos en los que la castaña era casi el principal alimento de las gentes de estas tierras. Nada menos que ya en el siglo dieciséis. Francisco de Zúñiga y Sotomayor, uno de los duques de esa familia que dispuso de las tierras y de las gentes de esta zona a su antojo hasta bien entrado en siglo diecinueve, promulgó unas “Ordenanzas para la conservación del monte Castañar de la villa de Béjar y para el buen uso de ella”. A modo de ejemplo y en su capítulo XXXI: “Otrosi, que ninguna persona que guardare puercos en los montes de esta villa non coja castañas ni ande de día ni de noche so pena de cien maravedís, la mitad para el denunciador y la otra mitad para el Concejo, si no fuere para cocer o asar”. Vinieron litigios entre la casa ducal y los vecinos. Cuántas disputas, desigualdades, demostraciones de fuerza, diferencias sociales, injusticias y ratos de ordeno y mando. Y cuántos días de búsqueda de lo más elemental para la supervivencia, de rastreos entre castaños y de rendición de cuentas al señor de los señores. Es la Historia, y parte importante de la historia de este paraje.

Hoy el monte también está acotado y cada día se les roba más espacio a los árboles con asfalto, bares, juegos y automóviles. Pero ahí siguen los castaños, con sus frutos otoñales como bombas de mortero en una batalla incruenta contra el suelo. Pero estas bombas de racimo ni hieren ni matan, simplemente dan cauce a la naturaleza y a sus leyes. Hasta que no puedan más contra los acosos a los que las sometemos.

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