viernes, 4 de marzo de 2022

AL HILO DE ESTOS DÍAS

AL HILO DE ESTOS DÍAS   

Llevo una semana ajetreada, con visitas diversas a médicos. Cada vez tengo más conciencia de que mi cuerpo empieza a tener muchos pequeños descosidos, aunque aún, por suerte, no me reconozca ningún desperfecto notable ni ningún socavón grave.

El asunto me da para demasiadas consideraciones, y no debo regodearme en ellas porque no sé si son precisamente positivas y alentadoras. Pero es que mandarlas al cesto de los papeles tampoco me parece una postura honrada. Así que las apunto como consideración y para cumplir mi propósito de que cualquier hecho vale en tanto supera la anécdota para aspirar a la categoría.

La primera tiene que ver con la edad y eso que llaman el paso inexorable del tiempo, o de la conciencia de él, que es el verdadero tiempo. Uno, sencillamente, se va haciendo mayor (¿o debería usar la palabra viejo?) y tiene que hacerse cargo de las consecuencias que eso conlleva. Aceptar las limitaciones de cada momento tal vez sea una buena manera de sobrellevar lo que va aconteciendo cada día. Mi mente recupera algún prinicpio estoico en estos momentos. Para consuelo y hasta para sosiego.

La segunda es constatar que la sanidad resulta posiblemente la principal carencia de los que vivimos en poblaciones pequeñas y alejadas de hospitales y ciudades grandes. Para casi cualquier desperfecto hay que acudir a la capital, con todo lo que ello comporta de tiempo y de desajustes. Conseguir una buena atención médica en poblaciones asiladas y pequeñas debería ser una de las preocupaciones principales de la Administración. Tal vez lo sea. Comprendo que la relación precio atención no es fácil de conjugar.

La tercera es la de analizar de qué manera los especialistas médicos tienden a considerar que el cuerpo humano se reduce a aquello en lo que son especialistas. Tengo la impresión de que la cura de una parte del cuerpo no debería invadir ni dañar nunca a otra parte, porque el cuerpo es un todo armónico y funciona bien o mal en todos sus miembros.

La cuarta es la de pensar que hay tantas personas con dificultades físicas, que uno se debería sentir privilegiado por no tener que soportar más que alguna pequeña dolencia y esas revisiones que la edad obliga a que se repitan con una periodicidad más corta y que te sumergen en un estado casi continuo de inquietud en espera de la siguiente prueba.

La quinta me sienta para pensar en lo hermoso que resulta entender que la sociedad es la urdimbre de toda una serie de relaciones y de ayudas sin las cuales el ser humano aislado no podría sobrevivir. Cada uno en su tarea particular, siempre con el rabillo del ojo y con la vela de la conciencia sabiendo que hay por ahí muchos que velan por nosotros y que, por la misma razón, nosotros debemos velar por ellos en la medida en que podamos.

Para completar este índice con media docena de apuntes, la certeza de la vida como don, como regalo y como milagro. El privilegio de la conciencia de esa realidad propia entre la inmensidad de posibilidades que no fueron nunca. Y la sensación de privilegio, de gratitud y de satisfacción.

La semana se me ha desperdigado un poco entre médicos y pruebas. Mías y de otros. Ayudando y dejándome ayudar. Una tela tejida con hilos y con algún principio de buena voluntad y de solidaridad.

Vale.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

A mí lo que me produce desasosiego es la consideración de que si la pandemia que hasta hace poco parecíamos va a pasar a ser una enfermedad como la gripe, en la cual toca vacunarse cada año ¿porque no se vuelve de una vez a la asistencia primaría presencial, e igualmente a dejar de concertar citas para cada asunto cotidiano que tenemos que resolver?... máxime cuando vivimos a 80 kmts de todo, como bien dices