LA VIDA EN EL VALOR
DE LA PALABRA
Como
cualquier palabra que habita el diccionario,
yo
soy otra palabra, solo un nombre,
un
sencillo sonido articulado,
la
armonía que saca del olvido
lo
que antes era sueño y era nada.
Soy
solo, pues, la forma que contiene
la
aspiración constante de algún significado.
Pero
tengo misión de hacer milagros
nombrando
cada cosa y dando vida
al
oscuro desván de la materia.
El
río es río porque yo lo nombro,
porque
pronuncio río y se hace río
para
todas las bocas de la tierra.
Lo
mismo le sucede al cielo, al agua,
al
amigo, a la madre o a la piedra…
Los
seres solo son si los nombramos.
Porque
otro me nombró, yo soy un hombre
y
tengo la misión desde ese instante
de
dar nombre y dar vida a lo que existe.
Las
cosas no se nombran por su cuenta:
no
tienen el poder de la palabra.
Yo
llamo, clasifico, ordeno informo,
jerarquizo,
destruyo, mato, olvido
con
el sacro poder de la palabra.
La
realidad a veces me regaña
por
unos resultados tan precarios.
Mas
no he de desistir en el empeño
de
otro mundo mejor y más gozoso
que
nace del poder de la palabra.
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