LA CONCIENCIA DEL TIEMPO Y DE LA VIDA
La
lluvia se ha dignado visitarnos
en
estos días postreros del invierno,
ya
a punto de nacer la primavera.
Algún
pájaro vuela y se humedece
dibujando
piruetas en el aire.
Por
mi plaza circulan los paraguas
y
las gentes se cruzan presurosas
en
direcciones vagas e imprecisas.
Desde
el fondo de algún lugar remoto
llegan
notas en eco de guitarra.
En
todas estas casas
que
conforman mi barrio viven gentes
que
comen, beben, duermen, ven la tele,
se
enfadan y sonríen, plantan cara
a
todos los sucesos de la vida,
y
construyen su tiempo como pueden.
El
silencio se cuaja o se hace ruido
cuando
menos lo espero y me regala
la
conciencia del tiempo y de la vida…
Es
la humildad serena de las cosas
que
suceden, sin más, a nuestro lado.
Entonces
me contemplo como un niño
que
sonríe inocente entre los brazos
satisfechos
y alegres de su madre.
No
ha sucedido nada diferente
a
lo que ocurre el resto de los días;
son
solo esos milagros silenciosos,
tan
pequeños que acaso los ignoro
si
no activo la voz de mi conciencia
y
observo la belleza del momento,
del
milagro continuo en que se pinta
la
vida y su hermosura en cada instante.
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