lunes, 18 de junio de 2012

PASEANDO POR LA SIERRA DE FRANCIA (y 10)


                                                                 REFLEXIÓN FINAL
Andar, caminar, recorrer, patear, hollar, deambular, marchar… Qué más da. Hay tantas maneras de hacer el camino…. Hay formas espaciales, las hay temporales, las hay físicas, otras son espirituales, algunas son improvisadas, otras tienen más preparación que desarrollo… Tal vez haya tantas formas de caminar como veces se pone el ser humano en camino.
El tiempo, si es que existe y no es una medida de cada uno de nosotros, corre solo, pero los espacios los cambiamos nosotros. O nos mudamos nosotros de espacio. Esos nuevos espacios, con el discurrir del tiempo, nos ofrecen la oportunidad de concretar la representación de las cosas, esa fotografía del mundo con la que tenemos que actuar y vivir, por más que no estemos seguros de que realmente en esas coordenadas se nos dé la esencia de las cosas.
Sobre los elementos aparecidos en el tiempo y el espacio, imponemos nuestra razón para dar conocimiento de las cosas. No conocemos otra forma de razonar y de pensar.
No hay viaje sin viajero ni camino sin caminante. Los dos términos se unen en necesidad recíproca y complementaria para crear la realidad del viaje.
Si el ser humano siente necesidad de modificar los espacios y de luchar contra el tiempo, el viaje se hace atractivo y hasta necesario. En cualquiera de sus formas, pues no es el peor el que se hace desde la imaginación y sentado en una buena butaca: suele costar menos que el que pregonan a cada minuto las agencias de viaje  y contamina menos el ambiente.
Quizás el viaje hay que imaginarlo y practicarlo desde la calma y desde la mejor disposición mental para que todo lo que quiera se pegue y se cosa al viajero como experiencia nueva y gozosa.
Si el viaje se hace plural, entonces la experiencia se multiplica y se hace rica. Y eso que ningún caminante anda solo; al menos tendría que dialogar consigo mismo.
Sea como sea, el caso es que cualquier viaje anuda dos apartados vitales, uno anterior y otro posterior, en el caminante; siempre representa un eslabón más de la cadena que va formando la vida de cada uno. En él se concitan las experiencias anteriores, y en él se añaden las experiencias que ayudarán a dar mejor cuerpo al siguiente camino. Si el ser humano no tiene naturaleza sino historia, un camino en compañía significa poner en común experiencias anteriores, compartidas o no, y tratar de unir elementos comunes en ideas, aficiones o aspiraciones. En todo caso, al camino, como cualquiera otra actividad humana, significa el fin de un proceso, el logro de una aspiración, por pequeña que sea. Cuando se termina, el ser humano inicia la siguiente; y así sin descanso. Lo mejor es que entre un episodio y el siguiente no medie demasiado tiempo con la mente desocupada. La vida es una cadena de ilusiones y logros, de preparaciones y de resultados.
Estas sencillas consideraciones que aquí se hacen, sirven para cualquier camino y para cualquier actividad. También para la que tres amigos (Antonio Merino, que vino desde Cáceres; Jesús Majada, que llegó desde Málaga; y Antonio Gutiérrez Turrión, que los esperaba en Béjar) han realizado por los caminos de la Sierra de Francia. Han sido cuatro días de camino, de senderos diferentes, de horarios desacostumbrados, de encuentro, de charla y de intercambio, de recuerdos, de refuerzo de esos recuerdos, y de constatación de que de lo que hubo quedó  y se mantiene firme. La amistad es una de las sensaciones más limpias y duraderas de que podemos gozar. Que continúe y que los caminos ayuden a estrecharla. Los de la Sierra de Francia y  cualesquiera otros que en el mundo son y han sido.

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