Qué bueno. Hemos encontrado el abracadabra para resolver las dificultades económicas. Y, eliminadas estas, no hay por qué decir más, que el ser humano no es más que un numerito que tiene que cuadrar en las cuentas. Para eso hemos quedado desde que el dinero se apoderó de las relaciones humanas.
Leo en digital que el IBEX ha subido un 6% y que la prima de riesgo, esa tan buscada y perseguida para compañera de cualquier hijo, ha descendido cincuenta puntos. Y dicen los analistas económicos -apriétense los cinturones- que es por las palabras del gobernador del banco central europeo que ha afirmado lo siguiente: “El BCE hará lo necesario para sostener el euro. Y créanme, eso será suficiente.”
Juro ante lo que haga falta que no me invento las palabras y que se pueden leer en cualquier periódico, tanto en los serios como en los demás, que son casi todos.
¿Qué de nuevo ha sucedido para que esto se produzca? Nada, absolutamente nada. ¿Entonces? Pues eso, coño, ¿entonces cómo se explica esto? ¿Es este señor acaso un milagrero? ¿Ha adquirido tal poder extraordinario en los últimos días? ¿Quién se lo ha reconocido? ¿Hará más milagros a partir de ahora? Bienvenido al club de los profetas y de los santos. De Italia tenía que ser el colega.
¿Cómo puede vivir una comunidad de millones de personas al pairo de lo que se le ocurra a un colega una buena mañana? ¿De verdad que la vida de todas esas personas ¡que son personas, coño! No vale más que unas palabritas? La madre que parió al susodicho, con perdón de su madre, por supuesto.
Si yo supiera hablar ahora en serio, me preguntaría serenamente por la volatilidad en la que nos hacen vivir estos sistemas que se apoyan simplemente en lo que ordenan los mercados, dominados por las decisiones de solo unas cuantas personas que lo dominan todo y que juegan con las comunidades como el gato juega con los ratones.
Qué manera tan absolutamente escandalosa de deshumanizar a todo el mundo, que forma tan asquerosa de disminuir la capacidad del ser humano, qué pobreza tan infinita esta.
Puestos a decir tonterías, ¿por qué este señor no dijo lo mismo en el primer instante de su llegada al cargo? En el fondo, no son más que intentos vanos de ganar pequeñas batallitas a los mercados y a los grandes prebostes de las compañías y fondos de inversión. En el fondo, ellos son los que los nombran y a ellos es a los que sirven.
Lo que hoy ha subido la bolsa mañana se convertirá en bajada para eso que técnicamente llaman recogida de beneficios. Y pasado mañana, otra vez a la tarea, al vaivén de las olas y de lo que interese al capital. En esas subidas y bajadas, volverán a hacer el negocio del siglo los de siempre, los que tienen información privilegiada, los que operan con cantidades enormes, los que juegan siempre con ventaja. Mientras tanto, la gran masa seguirá atontada con el pan y el circo como mal menor y como anestesia para poder sobrevivir.
No sé cuál es la distancia que media entre la City londinense y el anillo olímpico donde se celebran los juegos, pero no es mucha. Ambos lugares se complementan muy bien para el fin que persiguen. Desde la City nos marcan el camino de la esclavitud y desde el anillo olímpico nos envían la dosis correspondiente para mantenernos contentos en esa esclavitud.
Y siempre lo he dicho: solo hay una cosa peor que ser esclavo, es esta: ser esclavo y además estar agradecido.
Leo estos días a Proudhon (“¿Qué es la propiedad?”). Como para andar planteándoles a todos estos lobos que la propiedad tiene sus límites precisos y que hay muchísimo que decir acerca de la adquisición de esa posesión y sobre esa propiedad.
La vida sigue, los calores aprietan, los amigos vienen y van, mis hijos y mi nieta siguen siendo maravillosos y en la Cerrallana hay una piscina extraordinaria. Ah, y, todavía, yo sigo llegando a fin de mes. O sea.
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