martes, 3 de julio de 2012

OTRA BABEL

Esto de la torre de Babel y de la confusión de lenguas tiene sus consecuencias. Y no todas apuntan en la misma dirección. Digo yo que si al dios no se le podía haber ocurrido, otra vez, presentar el asunto en positivo y no siempre con el palo en la mano y asustando al personal. Claro que sin los sentimientos de culpa, sin la pena y el castigo, sin el miedo metido en el cuerpo, uno no logra imaginar cómo se habrían puesto en pie estas religiones de cielos y de infiernos, de buenos y malos, de justos y de pecadores, de indignos y de planes salvadores. Aunque, por el mismo dinero, tal vez uno entienda que mucha gente, harta del miedo y del palo, mande todo a la porra y se organice la vida desde una perspectiva más positiva, en la que el amor y no el miedo, la solidaridad y no el egoísmo, sean las bases.
La verdad es que estas líneas se me ocurren como pretexto, porque el texto viene después. El texto es que ando tras un documento medieval castellano y tengo la impresión de que me muevo en los límites de otra lengua y de que casi tengo que traducir.
La lógica dice que, babeles aparte, la existencia de muchas lenguas  contiene, en la teoría y en la práctica, elementos de aproximación y elementos de separación. Pero, en todo caso, es un fenómeno inevitable y, si se sabe usar, enriquecedor.
Cuando nos queremos acercar al conocimiento de los escritos de origen foráneo, solo tenemos dos caminos, o aprendemos la lengua, o nos servimos de traducciones. Si el escrito procede de lenguas muertas, el conocimiento de las mismas ya solo puede ser teórico.
El traslado de una lengua a otra es sencillamente imposible en su totalidad. Nos tenemos que conformar con aproximaciones y, aun así, debemos agradecer la labor de los traductores y todos sus esfuerzos.
Yo ando en un texto que se mueve en los límites de una lengua pues muestra su expresión en los primeros momentos, en los días en los que el niño está empezando a hablar. Después, el niño se hace mayor y aprende usos diversos. Con frecuencia utiliza las mismas palabras pero, por el camino, ha aprendido que los contextos le piden distintas acepciones y así, tanto en la forma como en el significado, va cuajando una lengua que, al cabo de cierto tiempo, empieza a no reconocerse en la anterior.
Por eso reconozco el trabajo de mis amigos cuando, por ejemplo, anotan un texto de hace cuatro o cinco siglos, con el fin de poner al día sus contenidos, para que todos los podamos entender más fácilmente.
Con frecuencia, no son las formas las más difíciles de aclimatar, sino los significados, las acepciones precisas, que, a veces, no tienen actualidad y que piden toda una larga expresión para aclararlas o un pie de página continuo que termina por enredar aún más el asunto. Decidirse por un significado y por una forma exige con frecuencia muchas consultas en los diccionarios correspondientes y en otros textos similares.
Oscuro este trabajo y solitario. Tal vez un poco más en las luminosas tardes de verano, en las que las evocaciones más sencillas se van cerca del agua o a la sombra de un buen árbol. Veremos lo que va dando de sí, y de mí,  el tiempo.

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