No conozco a nadie, de los que hayan ojeado con
tranquilidad la historia de las ideas (acaso no sean tantos), que haya dejado
en el olvido a Platón. Él es el referente primero en filosofía sistematizada,
pues él nos presenta a Sócrates y hasta él nos vamos después de darles vueltas
a los fragmentados textos de los presocráticos. A partir de él, nuestro
occidente ha ido montando su pensamiento y ha ido desarrollando sus
precisiones, pero creo que ya dándole vueltas al caldero que Platón dejó a la
lumbre.
No pretendo ponerme solemne, y mucho menos en la
ebullición de estos calores de agosto; más bien aspiro a lo contrario.
El asunto del alma como elemento espiritual es asunto
platónico y al cristianismo le vino de perlas para sus fundamentos y para la
idea de la vida eterna y otros asuntos. Hasta aquí, y solo hasta aquí, este
atisbo de solemnidad.
El alma, esta amada de Cristo sanjuanera, este
elemento intangible que perdura no se sabe muy bien cómo, esa sustancia etérea
que lo mismo vale para un roto que para un descosido, resulta que está
reservada para los seres superiores: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza”. Ya se sabe que lo de la mujer y su alma tuvo que esperar, aunque no
tanto como el voto femenino. Tal vez porque la costilla tiene su tiempo de
cocido y de reposo.
Y, si la mujer tuvo restricciones para el
reconocimiento de su alma, lo de los animales anda todavía en período de estudio y de vuelva usted
mañana. Y es que ver a una culebra encomendando su espíritu no ha sobrepasado
todavía los límites del aprobado.
Así que, a estas alturas, andamos con los animales
desalmados, faltos de su parte más noble y en niveles de tenerles compasión más
que otra cosa. Vamos, que esta religión no es demasiado ecologista y establece
jerarquías bien marcadas, no siendo que nos vayamos a equivocar. Pobrecillos
animales. Tal vez por eso me dan a mí tanto miedo los perros; sin duda porque
no tienen alma los pobrecillos. Tenía yo una duda insoluble y mira por dónde la
solución estaba aquí.
Pero es que toda regla tiene sus excepciones. Y en
este asunto son muy llamativas. Veamos. ¿Qué se puede decir del misterio del
perro de san Roque, del dragón de san Jorge, de todos los pajaritos de san
Antonio, del mundo mundial de los animales de san Antón, y, en otro plano ya de
división de honor, de los animales de los evangelistas, de la serpiente del
paraíso o de la paloma de Nazaret?
Para mí que esto del alma de los animales hay que
revisarlo. Y mucho más en estos tiempos de ecologistas, de granjas de las de
cuidar y de las de matar, de veterinarios con consultas de alto copete y mayor
factura, y de anuncios de comida para animales con toda garantía.
Mientras este asunto tan peliagudo se soluciona, me
quedo con otras dos dudas metafísicas:
1.- Cuando se muere un animal, ¿adónde irá su alma?
2.- ¿También resucitarán al almas de los animales con
sus cuerpos respectivos el día del juicio final? No tengo muy claro lo que dice
el Apocalipsis al respecto.
Ah, y con el miedo insuperable a los perros, animales
que merecen capítulo aparte y minucioso.
1 comentario:
Ja,ja...pues de esa duda metafísica te saco de un plumazo, los animales tienen mucha más alma que algunas personas.
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