No sé por qué
vengo a contemplar, e incluso a comentar, sucesos que se producen por ahí. En
realidad, cada día me siento, en valores y en acciones, más lejos de lo común y
de aquello en lo que se detienen los medios para formar opinión y para hacer
creer que es todo lo que sucede y pasa. ¡Y es mentira, coño, es mentira! Porque
es verdad que ayer se jugaron partidos de liga, pero también es cierto que
mucha gente paseó y disfrutó del campo, que otros leyeron y pensaron, que
muchos rezaron no se sabe a qué dios, que otros se sintieron más debilitados en
el camino de sus vidas, que muchos acompañaron a los enfermos más desvalidos y
que tantos y tantos tomaron unos vinos y conversaron sobre asuntos inanes o
sesudos. O sea, que sucedieron muchas cosas y de ellas casi todas quedaron en
el olvido y nadie, salvo sus autores, conoció de ellas, las gozó o las sufrió,
y todos fueron tejiendo la intrahistoria oscura y sin glamur. Vaya por dios.
El caso es
que, de lo de ayer, nadie se quedó sin su ración de santos y de santidad. Un
millón de personas de botellón místico en Roma, las televisiones a todo trapo y
a todas horas, viajes oficiales a gogó y misterio al por mayor.
Ayer fueron
canonizados dos santos más en la iglesia católica. Yo no conozco que en los
evangelios se hable de santos. Y el caso es que los leo de vez en cuando. Será
mi torpeza. Pero estoy dispuesto a no levantar la voz si a ellos les satisface
y se quedan contentos. Qué otra cosa mejor puedo yo desear que ver a la gente
contenta.
Pero sé que el
razonamiento, así planteado, es demasiado simple y engañoso. Por pura analogía
tendría que sentir satisfacción al ver a un borracho contento de acera en
acera. Y no es el caso. El ejemplo lo aporto a modo de analogía y sin deseo de
molestar a nadie.
¿En qué lugar
me tengo que instalar, pues, para poder seguir opinando? Pues en el de la
mesura y en el del sentido común. Veamos.
Se canoniza a
dos papas muy recientes, de los que muchos seres humanos tienen formada opinión
de manera directa, pues los han conocido. Lo mismo me sucede a mí con Juan
Pablo II (de Juan XXIII tengo las imágenes más espaciadas y vagas). Y se hace con
el aval de dos milagros atribuidos al
nuevo santo, aunque dependiendo de la voluntad final del papa
correspondiente. Y los milagros se someten no a criterios racionales sino
espirituales y de fe, o sea, vete a saber a qué en realidad. Y, además, bajan
la exigencia y el baremo hasta niveles ridículos: asuntos soñados o apariciones
en sueños. (Vuelvo a recordarme que, en una página web de la Junta de Castilla
y León abierta para la causa de beatificación de Isabel la Católica, se
aportaba como posible milagro haber encontrado en una pantalla de ordenador
algo que se estaba buscando y que no aparecía. Juro que no invento nada).
Son estos fenómenos,
son estos caldos de cultivo en los que se mueven estas celebraciones, son las
explicaciones imbéciles que dan algunas que pasan por expertas vaticanistas y
que lo que dominan son las desviaciones mentales de aquellos más forofos que
exaltan cualquier tontería de sus ídolos, son las representaciones diplomáticas
desmesuradas, son las excursiones y los esfuerzos gastados para asistir a una
ceremonia que se puede seguir desde cualquier lugar cómodamente, y es, en
definitiva, todo lo que de irracional y de espectáculo de masas tiene un
ceremonial que ensalza a gente que tendría que responder a la pobreza y a la
sencillez, al amor y a la proximidad con los más débiles, lo que me deja
perplejo y como atontadito, como sin poder de reacción y pensando si estaré
realmente un poco loco o algo extraviado.
Tendría que
ser -me parece- un análisis de los hechos y de los pensamientos que firmaron o
que propiciaron los nuevos héroes lo que realmente nos ocupara y les ocupara. Cada
cual tiene su escala de valores y sabrá en qué medida se siente próximo o
lejano a estos personajes, tan dispares y distintos, por otra parte, Juan XXIII
y Juna Pablo II. Del segundo de ellos me salen sombras que me dejan el día
nublado y con pinta rara: preservativos, teología de la liberación, sida,
matrimonios tradicionales, movimientos absolutamente encriptados e
inmovilistas, cuentas vaticanas, pederastias… Mejor no seguir.
Supongo que, a
partir de ahora, se convertirá en inercia por lo menos la beatificación del
antecesor: qué menos.
Tendrá que ser
así, pero ni lo entiendo ni me reconforta. Si echáramos algo más de esfuerzo en
el análisis y en los modelos de vida y un poco menos en los espectáculos, en
los botellones y nos pusiéramos alguna vez menos en concierto…
Y llegará el
de turno y me dirá tú métete en tus cosas
y deja que los demás hagan lo que les apetezca. Y acaso hasta tendrá razón.
Qué sé yo.
1 comentario:
Buenas noches, profesor Gutiérrez Turrión:
Siempre he sido enemiga de premios y condecoraciones costosas. Y más aún de recomendaciones o pases para el cielo.
Parece que con estos reconocimientos humanos, a los elegidos se les quisiera dar una tarjetita global para que el Supremo aprecie sus virtudes.
Y es que, por aquí abajo no podemos vivir sin dioses, sin ídolos y sin montar artificiales, engañosos y lucrativos espectáculos multitudinarios.
En fin.
Saludos
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