¿Qué puedo
decir yo después de este racimo de verdades, de advertencias con alma, de
recuerdos certeros, de modelo de vida, de consejas de sabio, de principios
morales con marchamo de justo?
No me resulta
fácil y acaso sea más noble pensar en imitarlo un poco que tratar de
explicarlo. Me asusto cuando considero lo lejos que se halla de todo este
modelo social de prisas y de luchas del presente, cuando todo se halla sometido
al dios dinero y nada se barema si no es desde los centímetros del triunfo y
del aplauso externo, desde el vencimiento y desde la derrota frente a los
demás, desde la conquista del poder frente a los otros y casi nunca desde el
dominio de uno mismo frente a su propia vida.
Aquí está la
mesura y la templanza, el reconocimiento de que, ante lo inevitable, de tontos
es sentir temor, como sucede ante el hecho universal de la muerte, el acto más
seguro y democrático de todos los humanos. ¿Por qué temer lo que ha de ser con
toda certeza? ¿Por qué empeñarse tanto en la lucha con los demás, si eso solo
asegura el triunfo de uno y el fracaso de todo el resto? ¿Cómo se puede gozar
de ese triunfo y en esas condiciones? ¿Por qué no dar cabida y monarquía al
sentido común y a la razón como elementos que nos pueden salvar del exceso de
las pasiones? ¿Dónde hemos dejado el modelo que nos ofrece la naturaleza? ¿Por
qué no mejorar en el perfeccionamiento del ser humano en vez de dedicar todo el
esfuerzo a los adelantos técnicos? Parece que el ser humano se hubiera quedado como
atontado y sin mejora desde hace muchos siglos, a la vista de todo el cambio de
los elementos que le sirven. ¿Por qué no empezar a valorar y a mejorar al
pequeño sabio que todos llevamos dentro? ¿Cuándo vamos a hacer un pequeño
recuento de lo que es necesario e innecesario para el desarrollo digno y
razonable de nuestras vidas? ¿Que estropeamos el mercado? ¡Que se hunda, con
tal de que no nos lleve a nosotros por delante! ¿Por qué no nos atrevemos a
pensar que tal vez la escala de valores que nos mueve como comunidad acaso no
es la más rica para el ser humano como tal, pues nos tiene esclavizados y sin
ánimos ni tiempo para pensar en nada salvo para dejarnos llevar por esa ola
insana de las prisas y del consumo imbécil? ¿Tiene esto traducción política?
¿Cuál? ¿Estos principios son igualmente aplicables en cualquier edad biológica?
Un conjunto de
ideas trabadas no tiene explicación total en unas líneas: son sus partes las
que me pueden llevar a rumiar y a deglutir alguna consecuencia, a aplicar algún
principio o a imitar alguna forma. Siempre mirando hacia adentro más que hacia
afuera. Aunque no sea más que para no darme de bruces contra un muro que me
parece de cemento armado y completamente receloso de las ideas que aquí han
quedado expuestas. Tal vez sea cobardía, tal vez inconstancia, acaso sea pudor,
o puede que impotencia… Pero ahí está la fuerza centrífuga que expulsa y empuja
al abandono y al refugio en la esquina de todas las esquinas.
Ayer mismo
veía la reposición de una entrevista con el hace poco fallecido José Luis
Sampedro. Se reconoció claramente con tintes estoicos como forma de defensa y
de vida rica para el individuo. Yo no tengo del todo claro casi nada. Pero me
agrego a Séneca y a Sampedro con mucha más confianza que a todos estos
protagonistas del escaparate público en el que nos movemos, porque no estamos
descontentos en el sistema o porque no sabemos cómo hacer frente a esta marea y
a este monstruo.
El tiempo
dirá.
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