QUÉ DIFÍCIL VIVIR SIN ÍNTIMA CERTEZA
Qué difícil
vivir sin la íntima certeza
de que sucede algo
porque es inevitable
que tenga que
cumplirse, aunque el azar
se ponga por
delante y no respete
ni el deseo más
sencillo y más humilde.
Y, sin
embargo, es ley que no haya leyes
a la vista del
tiempo y del espacio,
tan solo
sobresaltos y agradables
sorpresas que
compiten con su engaño
y se ríen
sin tener
compasión ni condolencia:
un amor que se
quiebra,
o tal vez se requiebra;
la tarde que
se pone su vestido
de
color amarillo; una palabra
que
aparece sin causa y se descubre
exacta y solidaria con las otras;
un dios que aguarda turno en una esquina
para explicar tal vez lo inexplicable;
tal vez un dios menor que, de la mano,
te lleva de paseo a cualquier parte;
la ley
gravitatoria que, oh sorpresa,
esta vez no
gravita ni a empujones;
cualquier
papel perdido en un bolsillo
que guarda en
gris oscuro la memoria
de un beso ya
olvidado y solitario.
Dadme al menos
un punto que me sirva
para apoyar
mis manos y mis brazos,
aunque sufran
y sangren y se agiten,
aunque duela
saber que causa heridas
cada vez que
me acerque a interpelarlo.
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