En “El mundo es ansí”, Baroja
traza una semblanza terrible de la España de principios del siglo veinte. A
este escritor, con esa velocidad de crucero en la narración que más bien parece
un coche de carreras que no se detiene ni a echar gasolina, le da tiempo en una
novela para poner ante nuestra vista un libro de postales, cada una de las
cuales parece un esquema de ideas y todo él un álbum completísimo. Lo que más
poso deja es el ambiente atosigante de deficiencias, de falta de voluntad y de
ignorancia, a veces con tintes un poco maniqueos y siempre cargados de negrura
y de desesperanza. ¿Qué grado de razón tendrá? El mundo es ansí.
Una de las ideas que lanza como
flecha que busca dar en el blanco y cobrar pieza es la que desarrollaron luego
tanto Américo Castro como Claudio Sánchez Albornoz, aquella de la esencia de
España según la influencia de moros, judíos y viejos cristianos del mundo
ibérico. A su interlocutor literario le suelta perlas como estas que entresaco
del capítulo “La aristocracia y el pueblo”:
“Entonces, ¿no hay aristocracia?
-
La hay y no la hay. Lo que no hay es una
aristocracia que sea lo mejor del país (…) En España hay dos tipos principales:
el tipo ibero y el tipo semita. El tipo celta, el homo alpinos mongoloide, no
es más que un producto neutro influenciado por los otros dos fermentos activos.
(…) El tipo ibero, grave, fuerte, domina en España en la época de la
Reconquista, anterior a la formación de la aristocracia; el tipo semita,
astuto, hábil, aparece cuando los antiguos reinos moros entran a formar parte
del territorio nacional, cuando se forma la aristocracia. El tipo ibero es el
hidalgo del campo; el semita, el cortesano y el artífice de la ciudad. Poco a
poco, al hacerse la unidad nacional, toda la España semítica crece, triunfa, y
la España ibera se oscurece. La ciudad predomina sobre el campo. La
aristocracia se forma y se consolida. Probablemente con el elemento más
próximo, con el elemento semita (…) En la marcha de España por lo menos ha
hecho que el elemento ibero, el elemento campesino, no haya tenido
representación alguna. (…) Si hubiese habido un ibero genial como Cervantes
capaz de escribir un libro así, jamás se le hubiese ocurrido burlarse de un
héroe como Don Quijote; se necesitaba ese sentido anti-idealista, nacido de los
zocos y de los ghettos, para moler a golpes a un hidalgo valiente y esforzado;
se necesitaba ese odio por la exaltación individualista, que ha sido la
característica del español primitivo. (… ) En España puede afirmarse que a
mayor aristocracia corresponde mayor incultura, mayor miseria, mayor
palabrería. La aristocracia en España va vinculada al latifundio, a las grandes
dehesas, a los cotos de caza, que se quieren sin colonos; a la usura, a la
torería, a la chulapería, al caciquismo, a todo lo tristemente español, y a
estas cosas va unida la degeneración del pueblo, cada vez más pobre, más
anémico, más enclenque. (…) Seguramente somos de una enorme incapacidad actual
para todo lo que sea orden, ciencia y civilización. (…) Temo que será siempre
así; pero ahora hay una secta nueva de europeizadores, que, como usted, no cree
en iberos y en semitas, y que dice que todo eso de la raza, de la alimentación,
del clima, del medio ambiente, no tiene importancia, y que un negro no se
diferencia de un blanco en el color, sino en que el uno sabe matemáticas y lee
a Kant y el otro cuenta por los dedos y no ha leído la Crítica de la razón pura. (Interlocutor: -¿De manera que hay
esperanza?) – Parece que sí, que hay esperanza.”
Me parece que
es un texto que incluye muchos elementos de todo tipo y sesgo para comparar con
los de un siglo después. Y me llama mucho la atención la sugerencia que hace al
carácter de Cervantes, a su origen y al sesgo que eso le impone a la escritura
del Quijote. Buen caso para desarrollarlo en una conferencia, por ejemplo.
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