sábado, 20 de junio de 2015

ALGÚN DISFRAZ DE MÍNIMOS


Vengo defendiendo algo tan drástico como esto: “La convivencia, llevándose bien, es muy difícil; llevándose mal, es casi imposible”. Y, sin embargo, hay que soportarse para poder sobrevivir, hay que presentarse con el disfraz de mínimos para no morir en el intento. Sería bueno que tuviéramos algunos elementos en común, aunque sean pocos, solo los imprescindibles para poder salir a la calle.
Yo me conformaría con el sentido común y con la buena voluntad, el sentido común que procede de aplicar una lógica sencilla y algo trabada, aquella que llega a razonamientos de dos premisas y una conclusión por ejemplo; y la buena voluntad que se deduce de entender que nada hay ni blanco ni negro del todo y de constatar que las limitaciones de cada uno son bastantes, y, en ese caso, ante la imposibilidad de llegar a conclusiones definitivas, le ponemos algo de buen corazón a las cosas para limar esas diferencias.
Lo malo es que luego hay que ponerle cara a esa convivencia, y eso se hace sobre todo a través de la palabra. La palabra es, por definición, pobre y escasa en su precisión; si, además, no la dominamos un poco, todo se nos viene abajo y entra en el terreno de la desconfianza y de los malos entendidos. Otra variable, por tanto, importante: la palabra.
Si también le pusiéramos cara en forma de firma y de reconocimiento de quien la usa, abriríamos otro buen canal para que el agua corriera sin obstáculos. Hay mucho malnacido que se escuda en el anonimato para hacerse el miserable y emponzoñar todo. Con toda esa caterva, la convivencia sencillamente no es posible, solo la supervivencia lejos de ella.
Con todo esto a la vista, hay que entender que cualquier punto de vista, si es razonable y razonado, tiene cabida en la convivencia y es una aspiración legítima y diversa de apuntar al vértice de una pirámide de verdad. Ese vértice de pirámide solo se imagina en una base confusa  e indeterminada, sin anclaje fijo y como flotando en un pantano sin fondo, como un barco a la deriva en tiempo de galerna. Porque la conciencia de la realidad es en realidad mi conciencia de mí mismo, la manera interior que tengo de darle forma al mundo.
En toda esa confusión y falta de certeza, no es demasiado extraño que a algunas personas les entre el desencanto y hasta el difuso deseo de no ser, de no participar en el roce diario con tanta deficiencia, de intentarse en sí mismo sin la menor constancia de que hay algo ahí fuera, con el único sustento de la imaginación y de la invención personal del mundo, en una vida desdeñable para los demás y real de verdad para uno mismo, y en un desdibujarse y diluirse de las cosas, en irse de los ruidos y en perderse más lejos de todo lo que suena y causa miedo.

En fin, acaso es sueño de un día solamente, que me hará despertar viéndome de nuevo en ese menudeo de la vida que tanto me disgusta por momentos. No sé.

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