Vuelvo a la imagen de Teresa
de Jesús en sus palabras y en su figura. Mis lecturas a veces pueden parecer no
buscadas pero no es cierto del todo: siempre hay alguna explicación, aunque
esta no sea muy explícita. Ávila, por ejemplo, significa para mí desde hace ya
años algo fundamental tanto biológica como sentimentalmente.
Me atrae la figura de esta
mujer porque, aunque yo no he resuelto mi vida como lo hizo ella, sí me seduce
su fuerza y su empeño en buscar su camino, su propia senda, el mundo que le
interesaba a ella por encima de imposiciones y de tendencias. En algún momento -no
desde el comienzo sino cuando ya tenía sus añitos- determinó que su camino era
el suyo, el que ella creía mejor para su desarrollo y para su realización. La
España que conoció y que la rodeaba no era precisamente muy acogedora con la
mujer, y mucho menos con la mujer emprendedora y soñadora; en realidad contaba
muy poco, casi nada o directamente nada en casi todos los campos: social,
económico, religioso…
Teresa se dio cuenta de que en
su roce con el mundo, su persona se empequeñecía, su cesión tenía que ser
continua y escasamente correspondida, y además, esa cesión se tenía que hacer
en favor de ideas que no la llenaban de ningún modo. Ante eso, eligió el camino
del apartamiento, de la separación, de la conformación del mundo como su propio
mundo. En ese mundo propio se afirmó, se realizó, se conformó y desplegó su
energía y su actividad incansables. Y en ese su mundo particular sí que ella
fue protagonista absoluta, por más que fuera para negarse en favor de su amor
religioso.
¿Le mereció la pena apartarse
del roce con el ambiente de su época? Tal vez porque, en cualquier caso, eligió
su propio y personal vocación. No era demasiado bueno el contexto: analfabetismo
generalizado, corrupción religiosa y social, favoritismo, cerrazón cultural,
pobreza por todas partes, fanatismo religioso, lisiados y menesterosos, guerras
inacabables, falta de confianza social, imposibilidad de abrirse al
razonamiento y a otras culturas…
El caso es que esta ristra de
ajos malolientes me trae un olor que me resulta familiar… Como si fuera cinco
siglos después, allá por el futurísimo siglo veintiuno. Prefiero no seguir
indagando. Si acaso para señalar cuáles podrían ser las Teresas de nuestros días.
Tampoco me las imagino en Telecinco.
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