A veces se sentía sin control
y sin asidero al que agarrarse; era tal su falta de ambición, que caía en una
abulia indefinida y triste, insensible y amarga. Había sobrepasado y había
dejado muy atrás todos los sentimientos de desconcierto social y político y ya
ni sentía el más mínimo escalofrío cuando le daban cuenta de cualquier
escándalo o de cualquier enjuague de los que a diario informaban los medios de
comunicación, Lo suyo era ya otra cosa más hundida en el abismo, en un abismo
del que salir resultaba una tarea casi imposible y de la que ella no se tomaba
la molestia ni siquiera de planteárselo.
Pensaba desde hacía muchos
meses en la inutilidad de su existencia y deseaba (aunque esta palabra ya casi
no formaba parte de su vocabulario, por las connotaciones de actividad que
presentaba) la inexistencia en el futuro de cualquier cosa que se pareciera a
lo que estaba viviendo. Nada le complacía, todo le parecía inconsistente y a
nada le encontraba sentido. Por su cabeza pasaban distintas ideas que daban
forma a la posibilidad de terminar con aquel estado de cosas. Su pasividad la
llevaba a no tomarlas en consideración: no tenía fuerzas ni para articular un
pensamiento corto y sencillo con el que dar fin a su situación.
En su estado de negación, no
paraba su sensación en el presente, y mucho menos en el esfuerzo de imaginarse
cualquier futuro. No, su cansancio y su rechazo la llevaban a renegar de su
existencia pasada; no de su bondad o de su maldad, sino de la misma existencia.
A ella le hubiera gustado no haber sido existencia pasada, no tener la
posibilidad de contemplarse y de recordarse en ninguna circunstancia.
Como esto no lo podía
conseguir porque no estaba en sus manos, sus sensaciones la llevaban al estado
del dolor, al dolor de la inteligencia y de la abstracción de las ideas
primero, y al de las sensaciones más tarde. Porque las ideas parecían tomar
cuerpo en ella hasta provocarle sensaciones negativas muy dolorosas, hasta el
punto de que, en el estado indefinido en el que su conciencia se conducía, su
desconcierto se hacía mayor. Pensaba que, si el nivel superior del ser humano
es el de la inteligencia, el dolor mayor también se tenía que producir en el
campo de las ideas. y se daba cuenta de que no era así, de que las sensaciones
serían menos duraderas, pero producían un dolor más fuerte que el que encendían
las ideas. Por eso, a pesar de su estado inactivo, andaba con las sensaciones a
flor de piel y desconcertada en sus pensamientos.
Poco le había de durar ese
estado contradictorio pues todavía se le había de encender más al comprobar que
aún más intenso es el dolor físico que el de las emociones. Un simple dolor de
estómago lo corroboró en una noche de insomnio y duermevela.
Cuando se vio cierta de las
diferencias en la intensidad de sus dolores, su conciencia se puso en marcha y
su abulia se convirtió en acción y en sentimiento sereno pero ágil y productivo.
Aquella tarde mandó al olvido a su dejadez y a su desgana, llamó al orden a sus
sensaciones más atrevidas, entre las que no era menor la de un enfado por algo
poco importante, y se puso en marcha para tratar de calmar aquel dolor de estómago
que no la dejaba en paz ni un solo momento.
Nadie sabe si fue para volver
al estado de desidia y hasta de inexistencia, o para acudir deprisa al médico con su barriga a cuestas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario