viernes, 5 de junio de 2015

DOLORES... DE ESTÓMAGO


A veces se sentía sin control y sin asidero al que agarrarse; era tal su falta de ambición, que caía en una abulia indefinida y triste, insensible y amarga. Había sobrepasado y había dejado muy atrás todos los sentimientos de desconcierto social y político y ya ni sentía el más mínimo escalofrío cuando le daban cuenta de cualquier escándalo o de cualquier enjuague de los que a diario informaban los medios de comunicación, Lo suyo era ya otra cosa más hundida en el abismo, en un abismo del que salir resultaba una tarea casi imposible y de la que ella no se tomaba la molestia ni siquiera de planteárselo.
Pensaba desde hacía muchos meses en la inutilidad de su existencia y deseaba (aunque esta palabra ya casi no formaba parte de su vocabulario, por las connotaciones de actividad que presentaba) la inexistencia en el futuro de cualquier cosa que se pareciera a lo que estaba viviendo. Nada le complacía, todo le parecía inconsistente y a nada le encontraba sentido. Por su cabeza pasaban distintas ideas que daban forma a la posibilidad de terminar con aquel estado de cosas. Su pasividad la llevaba a no tomarlas en consideración: no tenía fuerzas ni para articular un pensamiento corto y sencillo con el que dar fin a su situación.
En su estado de negación, no paraba su sensación en el presente, y mucho menos en el esfuerzo de imaginarse cualquier futuro. No, su cansancio y su rechazo la llevaban a renegar de su existencia pasada; no de su bondad o de su maldad, sino de la misma existencia. A ella le hubiera gustado no haber sido existencia pasada, no tener la posibilidad de contemplarse y de recordarse en ninguna circunstancia.
Como esto no lo podía conseguir porque no estaba en sus manos, sus sensaciones la llevaban al estado del dolor, al dolor de la inteligencia y de la abstracción de las ideas primero, y al de las sensaciones más tarde. Porque las ideas parecían tomar cuerpo en ella hasta provocarle sensaciones negativas muy dolorosas, hasta el punto de que, en el estado indefinido en el que su conciencia se conducía, su desconcierto se hacía mayor. Pensaba que, si el nivel superior del ser humano es el de la inteligencia, el dolor mayor también se tenía que producir en el campo de las ideas. y se daba cuenta de que no era así, de que las sensaciones serían menos duraderas, pero producían un dolor más fuerte que el que encendían las ideas. Por eso, a pesar de su estado inactivo, andaba con las sensaciones a flor de piel y desconcertada en sus pensamientos.
Poco le había de durar ese estado contradictorio pues todavía se le había de encender más al comprobar que aún más intenso es el dolor físico que el de las emociones. Un simple dolor de estómago lo corroboró en una noche de insomnio y duermevela.
Cuando se vio cierta de las diferencias en la intensidad de sus dolores, su conciencia se puso en marcha y su abulia se convirtió en acción y en sentimiento sereno pero ágil y productivo. Aquella tarde mandó al olvido a su dejadez y a su desgana, llamó al orden a sus sensaciones más atrevidas, entre las que no era menor la de un enfado por algo poco importante, y se puso en marcha para tratar de calmar aquel dolor de estómago que no la dejaba en paz ni un solo momento.

Nadie sabe si fue para volver al estado de desidia y hasta de inexistencia, o para acudir deprisa al médico con su barriga a cuestas.

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