“!Vamos: es la hora!”. Cada
día una voz familiar me recuerda que el reloj me invita a que me incorpore, a que
me ponga en pie y a que actúe. El reloj no duda, pero yo sí, pues en esos momentos
me encuentro en una situación indefinida, pendulona y en duermevela.
Apenas me incorporo, levanto
con cuidado la persiana y el sol me invade con toda su potencia. Es la señal
del día, es la certeza de que la vida sigue, es la conminación a actuar y al
movimiento.
Las noches son espacios
intermedios en los que todo vuelve a esa relajación en la que algo se desprende
de las cosas para quedarse en el olvido o en la habitación cerrada del sueño.
Parece como si cualquier hecho del día necesitara de un reposo, de un
repensarse a sí mismo para lavarse y ponerse otra vez presentable. O tal vez
para reafirmarse y calzarse con los zapatos definitivos que lo mantengan firme
y en pie. El caso es que, durante el sueño de la noche, todo se deshilvana un
poco y se reconduce por unas leyes nuevas.
Cuando me levanto y abro la
persiana, descubro las mismas cosas en los mismos sitios: el sol ya despuntando
por el horizonte, el río y la montaña frente a mí, las calles y algún
despistado caminante que apenas se dibuja allá lejos. Después, los mismos
hechos repetidos de cada día; y en la calle y en el paseo por el campo, los
mismos elementos, en los mismos tiempos y en los mismos espacios: las gentes
que pasean en el parque, los trabajadores de la limpieza, los coches que
descienden por la carretera presurosos porque tal vez llegan con el tiempo
justo para empezar sus tareas o para dejar a los niños en el colegio, las
fuentes y los árboles, los pájaros y el viento, el horizonte limpio y el
silencio sonoro de la naturaleza… Todo sigue en estado de revista y en su
sitio.
¿Y yo? ¿Soy yo el mismo de
ayer y el mismo de cada día? Me paro a pensar y a veces incito a dialogar a
todos los otros elementos que me rodean. Tiene que haber algo de cambio y de
permanencia. El sueño de la noche me ha lavado por dentro, me ha serenado la
conciencia y me ha permitido hacer un alto en el camino. La mañana, también
desde mi somnolencia, me vuelve hacia mí mismo y hacia las cosas todas. Las
vuelvo a ver y apenas las saludo pensando que solo ha sido un momento el que
las he dejado solas y ellas a mí, como si nos hubiéramos concedido un respiro
de amigos para seguir después con el mismo empeño o tal vez con la misma
monotonía.
Poco a poco, mi conciencia se
va reafirmando y se va esclareciendo. En ese revivir, siempre encuentro alguna
arista nueva entre las cosas. Son las mismas de ayer pero hay algo indefinido
que resulta nuevo, que me hace pensar que es otro el día, distinto y singular. Tal
vez todo sea una ilusión de mi conciencia que no resiste la monotonía de lo
repetido.
¿Qué pensarán las cosas de mí
cuando me ven después del sueño de la noche? ¿Me verán siempre el mismo y lo
mismo? ¿Estaré presentable? “Qué aburrido”, dirán si no hay algo en mí que las
atraiga y que les llame la atención. Aunque solo sea un pequeño detalle,
cualquier cosa diminuta y sencilla, algo que sirva para trabar de nuevo la
amistad y el diálogo de los días anteriores.
El sueño purifica (y tal vez
puerifica). Yo quisiera renacer con la luz cada mañana, después de someterme a
la ducha del sueño y a la reparación de mis sentidos. Me cuesta ponerme en
forma, pues mi cuerpo se aficiona lentamente al roce de las cosas, a la nueva
luz del día, a la novedad de las mismas cosas pero con camisa nueva.
Cuando me incorporo, me miro y me sorprendo en
semisueño, dudoso de mí mimo, extraño y viejo amigo, el de siempre y el que
quiere descubrir de nuevo el mundo. La luz y el día me aguardan. Y las cosas
son otras y son siempre las mismas. ¡”Vamos: ya es la hora!”. Pues venga,
vamos. Es otro nuevo día y el sueño de otra noche está aún muy lejos. MI mente
se descubre poco a poco y se vuelve conciencia. Hasta el próximo sueño
1 comentario:
Buenas noches, profesor Gutiérrez Turrión:
Al leer en su texto ...”Cuando me levanto y abro la persiana”... me llevó a preparar una entrada, de las varias que dedicaré a José Sánchez Rojas
Un abrazo
P.D.: Con retraso, felicidades a su preciosa nieta.
Publicar un comentario