martes, 9 de junio de 2015

RECORDANDO A FERNANDO PESSOA


De vez en cuando anoto en mis “Notas a pie de página” algunos párrafos de aquellos autores que más me llaman la atención, que más rompen mi esquema repetitivo de obras empeñadas en aprovechar moldes a los que apenas les añaden una flor distinta o un jarrón de color diferente. Pessoa es autor portugués y universal, porque sus sueños y sus formas literarias son intensas y sugerentes, porque provocan en el lector el desasosiego de quien descubre límites nuevos en la forma de encarar la realidad, o en el descubrimiento de que la realidad última tal vez sea otra cosa distinta a la que damos por tal.
En su recuerdo copio un apunte de su libro “Libro del desasosiego” Nº 215:
“Pero la exclusión, que me he impuesto, de los fines y de los movimientos de la vida; la ruptura, que he procurado, de mi contacto con las cosas, me ha conducido precisamente a aquello de lo que yo procuraba huir. Yo no quería sentir la vida, ni tocar las cosas, sabiendo, por la experiencia de mi temperamento al contagio del mundo, que la sensación de la vida era siempre dolorosa para mí. Pero, al evitar ese contacto, me he asilado y, al aislarme, he exacerbado mi ya excesiva sensibilidad. Si fuese posible cortar del todo el contacto con las cosas, le iría bien a mi sensibilidad. Pero ese aislamiento total no puede efectuarse. Por menos que yo haga, respiro; por menos que actúe, me muevo. Y, así, al conseguir exacerbar mi sensibilidad mediante el aislamiento, he conseguido que los hechos mínimos, que antes nada, incluso a mí, me harían, me hiriesen como catástrofes. He equivocado el método de fuga. He huido, mediante un rodeo incómodo, hacia el mismo lugar en que estaba, con el cansancio del viaje sobre el horror de vivir allí.
Nunca he encarado el suicidio como una solución, porque odio a la vida por amor a ella. Me ha llevado tiempo convencerme de este lamentable equívoco en que vivo conmigo mismo. Convencido de él, me he quedado desazonado, lo que siempre me sucede cuando me convenzo de algo, porque el convencimiento es en mí, siempre, la pérdida de una ilusión.
He matado la voluntad a fuerza de analizarla. ¡Quién me volverá a la infancia de antes del análisis, incluso de antes de la voluntad!
En mis parques, sueño muerto la somnolencia de los estanques al sol alto, cuando los rumores de los insectos se aglomeran en la hora  y me pesa vivir, no como una angustia, sino como un dolor físico por concluir.
Palacios muy lejos, bosques absortos, la estrechez de los paseos a lo lejos, la gracia muerta de los bancos de piedra para los que han sido pompas muertas, gracia deshecha, oropel perdido. Anhelo mío que olvido, ¡ojalá pudiera recuperar la amargura con que te he soñado!”

El libro es todo un descubrimiento del que ya había gozado parcialmente en otras ocasiones, pero que estos día me ha empapado en el pensamiento, en la reflexión, en el poder del sueño y de las sensaciones…, y en el desasosiego.

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