De vez en cuando anoto en mis
“Notas a pie de página” algunos párrafos de aquellos autores que más me llaman
la atención, que más rompen mi esquema repetitivo de obras empeñadas en
aprovechar moldes a los que apenas les añaden una flor distinta o un jarrón de
color diferente. Pessoa es autor portugués y universal, porque sus sueños y sus
formas literarias son intensas y sugerentes, porque provocan en el lector el
desasosiego de quien descubre límites nuevos en la forma de encarar la
realidad, o en el descubrimiento de que la realidad última tal vez sea otra
cosa distinta a la que damos por tal.
En su recuerdo copio un apunte
de su libro “Libro del desasosiego” Nº 215:
“Pero la exclusión, que me he
impuesto, de los fines y de los movimientos de la vida; la ruptura, que he
procurado, de mi contacto con las cosas, me ha conducido precisamente a aquello
de lo que yo procuraba huir. Yo no quería sentir la vida, ni tocar las cosas,
sabiendo, por la experiencia de mi temperamento al contagio del mundo, que la
sensación de la vida era siempre dolorosa para mí. Pero, al evitar ese
contacto, me he asilado y, al aislarme, he exacerbado mi ya excesiva
sensibilidad. Si fuese posible cortar del todo el contacto con las cosas, le iría
bien a mi sensibilidad. Pero ese aislamiento total no puede efectuarse. Por
menos que yo haga, respiro; por menos que actúe, me muevo. Y, así, al conseguir
exacerbar mi sensibilidad mediante el aislamiento, he conseguido que los hechos
mínimos, que antes nada, incluso a mí, me harían, me hiriesen como catástrofes.
He equivocado el método de fuga. He huido, mediante un rodeo incómodo, hacia el
mismo lugar en que estaba, con el cansancio del viaje sobre el horror de vivir
allí.
Nunca he encarado el suicidio
como una solución, porque odio a la vida por amor a ella. Me ha llevado tiempo convencerme
de este lamentable equívoco en que vivo conmigo mismo. Convencido de él, me he
quedado desazonado, lo que siempre me sucede cuando me convenzo de algo, porque
el convencimiento es en mí, siempre, la pérdida de una ilusión.
He matado la voluntad a fuerza
de analizarla. ¡Quién me volverá a la infancia de antes del análisis, incluso
de antes de la voluntad!
En mis parques, sueño muerto
la somnolencia de los estanques al sol alto, cuando los rumores de los insectos
se aglomeran en la hora y me pesa vivir,
no como una angustia, sino como un dolor físico por concluir.
Palacios muy lejos, bosques
absortos, la estrechez de los paseos a lo lejos, la gracia muerta de los bancos
de piedra para los que han sido pompas muertas, gracia deshecha, oropel
perdido. Anhelo mío que olvido, ¡ojalá pudiera recuperar la amargura con que te
he soñado!”
El libro es todo un descubrimiento
del que ya había gozado parcialmente en otras ocasiones, pero que estos día me
ha empapado en el pensamiento, en la reflexión, en el poder del sueño y de las
sensaciones…, y en el desasosiego.
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