Tengo en mi comedor un
televisor grande y de muy buena definición. Con frecuencia me siento y me dejo
llevar por lo que me enseñan en la caja tonta. Veo también deporte, más fútbol
que otras especialidades. El sábado me abstuve de ver la final de la Copa del
Rey o Copa de España, o como coño se llame. Me olía la tostada. Ese olor lo
sentían hasta los más alérgicos o privados de este sentido.
Tengo que adelantar que no me
hace ninguna gracia que se silben los símbolos que representan a todos
legalmente. Se trata de una cosa tan elemental como el sentido de la medida y de
la educación. A nadie se le puede pedir entusiasmo ante algo que a él o a ella
no les agrada. El respeto no solo se le puede pedir, se le debe exigir como
medida de higiene para una convivencia educada y respetuosa.
Sostengo que no es cierto que
sean solo unos pocos los irrespetuosos. Esconder la realidad y no describirla
con exactitud no es más que mantener el error y aumentarlo. Silbaban casi todos
los que estaban en el campo. Y saben muy bien que los clubes respectivos son
soporte moral para esta falta de tino y de educación. A las declaraciones de
sus dirigentes me remito para defender esta opinión. Un equipo, el catalán, se
declara “más que un club”, y el otro se ha apoderado de la bandera de todos los
vascos como si fuera de ese club solo.
Ante los hechos esperados, un
poco fomentados y ocurridos, los representantes políticos y policiales parece
que quieren poner coto proponiendo sanciones. ¿A quién van a sancionar? ¿Por qué
motivo? ¿Qué condena van a pedir? Todo parece un disparate, se quedará al final
en nada y no hará más que fomentar más la irracionalidad de los nacionalismos.
Pero no seré yo quien silbe a
los que intenten arreglar este desaguisado; ni siquiera si en este caso se
equivocan por exceso. Simplemente señalo la dificultad de acertar y la
posibilidad de los efectos se vuelvan contra las causas que los motivaron.
La libertad de expresión es
sagrada. La educación no lo es menos. La aplicación de las leyes tampoco.
Conjugar los tres ámbitos no resulta sencillo.
Me resulta, no obstante, muy
claro que así no podemos estar indefinidamente. Este país, o nación, o como se
llame, no pude gastar casi todas sus energías en enfrentamientos ni en encontrar
la manera de molestar todo lo que se pueda al de al lado. Los nacionalismos nos
tienen agotados, son cansinos, se mueven en niveles intelectuales cavernarios,
son puro egoísmo fomentado siempre por grupos minoritarios burgueses
acomodados, y siempre fomentan la exclusión, cuando no el odio y el
enfrentamiento continuos.
El propio asunto es ya manido
y todos hemos opinado alguna vez acerca del mismo. Yo sigo perdido, pero, sobre
todo, agotado, rendido ante lo que la realidad me ofrece cada día. Contra la
voluntad de la gente para convivir no se puede ir, no hay ley que regule estos
sentimientos: únicamente se pueden fomentar o remansar. Por otra parte, la ley
es muy clara y, en estrictos términos legales nada o casi nada hay que negociar
con nadie. En este callejón sin salida entre leyes y voluntades de gentes, hay
que arbitrar alguna medida para que la voluntad de las gentes no se quede en
frustración continua ni en reivindicación engañosa y engañada. Pero hágase todo
con un poco de sentido común y con alguna gota de buena voluntad. Y, si hay que
conceder el divorcio, concédase y que cada cual viva feliz por su cuenta, que,
al fin y al cabo, es de lo que se trata.
Mientras tanto, por favor, no
desprecien un día sí y el otro también: uno se cansa y termina harto y fuera de
sí, sin razón y a golpe de puro sentimiento. No es lo mejor.
Una vez más llego al mismo
aparente exabrupto: ¿Cómo es posible que, ante tanto desprecio y silbido, todavía
haya gente (aficionados) que siga aplaudiendo con las orejas al símbolo de esos
silbidos, en este caso, a los equipos que visten la camiseta que los
representa? No me cabe en la cabeza. Yo no vi el partido: no voy a un lugar en
el que no soy bien recibido. Simplemente.
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