En esa hora incierta de la
Historia, en un ángulo oscuro de la noche en el que barruntar siquiera los
primeros indicios de la aurora es algo extraño, los hombres se bajaron de los
dioses. O tal vez fueron los dioses los que dieron acceso a los mortales a
conocer las salas del Olimpo, sus dimes y diretes, sus fisgoneos continuos y
ese ramalazo de humanidad de la que todos parecían andar impregnados. En ese
intercambio de papeles y en esa mezcolanza, también los mortales quedaron
abducidos por rasgos divinales y algunos se instalaron en escalones medios
entre la tierra y el reino celestial. ¡Cuánto engaño y misterio y cuánto hijo
del cielo y de la tierra! Después serían del Río, de la Iglesia o de otros
moldes.
En esa página del libro de la
Historia es donde por primera vez se ensalza la presencia de los dioses y se
alaba el proceder del héroe, de todos los dioses y de todos los héroes que en
el mundo han sido. Me renovó esta idea la lectura en la que ando de repaso de
la epopeya latina por excelencia: La Eneida virgiliana.
Pero es que nada es nuevo ya
en Virgilio y todo se había de quedar viejo y ejemplo repetido en cualquier
tiempo. Antes todo lo griego, después todo lo histórico y en todas las
latitudes. Dioses y héroes a gogó por todas las esquinas, salvadores del mundo
y guías comunitarios que llevan a las masas a pacer a donde mejor quieren,
epónimos y ejemplos con su varita mágica y sus fuerzas sin límites.
Repasar el perfil de esos
héroes es como ver seguido el cambio de valores en la Historia, y como dividir
en bloques los deseos de unos y de otros.
Yo entiendo la presencia de
estos héroes como ejemplo de pueblos primerizos que buscan su identidad frente
a los otros, pero me quedo helado al repasar sus hechos, sus hazañas. Siempre
matando y poniendo cabeza a tierra al adversario, siempre por encima de cualquier
norma, siempre lejos del tipo medio, siempre asustando a todos. Qué empeño con
marcar las diferencias siempre frente a los otros, siempre perdonavidas por el
mundo, nunca débiles de nada, ni siquiera portadores de la compasión con los
otros.
Menos mal que, con el paso del
tiempo, sus fuerzas y sus rasgos se han ido suavizando: nuestro Cid es muy
bruto y de un tajo deja a cualquiera sin cabeza, pero ya no es aquello de
calmar océanos ni devastar ejércitos enteros con una sola lanza. Que se me
antoja a mí que vaya un empeño en eso de matar y más matar, en eso de
conquistar y más conquistar. ¿No tendrían otras ocupaciones más provechosas?
Hoy los héroes son otros, pero
lo son también. Hoy andan en pantalón corto y corren en la hierba, o visten de
corbata y dirigen el rumbo de las bolsas; otros marcan su territorio con menos
apariencia pero con garras más fuertes y engañosas. Hay héroes del deporte y
hay héroes que se quedan en los barrios marcando territorio. Hay héroes que
viajan todo el tiempo por el mundo y los hay que se mueven caminando y dejándose
ver entre los próximos. Hay héroes…
Con ser tan variados nuestros
héroes, me parece, no obstante, que todos se dirigen hacia fuera, enseñan a las
masas mucho más que a sí mismos, reciben los honores y servicios siempre con
las enseñas de la publicidad. No hace falta abundar en su señalamiento.
Pero es que hay otros héroes
que miran hacia dentro, que buscan en sí mismos superar con el esfuerzo de su voluntad
y de su imaginación los obstáculos que cada día les muestra el paso de la vida,
que apenas son ejemplo si no es para sí mismos, que se alzan porque saben que
caer es lo normal y más frecuente, que reconocen que todos fallamos y que nadie
es más que nadie ni esto tiene importancia, que no es frente a los otros como
se hacen más fuertes sino agrandándose a sí mismos y creando la vida en cada
momento.
Eneas está dotado de diversas
virtudes, no solo de la fortaleza sobrehumana. Pero, aun leyendo entre líneas,
me quedo con mis héroes anónimos, con esos más sencillos. Aunque no den
principio a ningún pueblo ni les dediquen calles ni batallas, aunque no sean
protagonista de ningún programa ni de ninguna tesis doctoral.
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