El tiempo atmosférico debería
apresurarse y tomar una decisión rápida en esta tarde en la que amenaza la
tormenta pero que puede acabar en simple amago. Si ha de llover, que llueva, y
que lo deje en los próximos días, porque el refrán castellano es bien
explícito: “El agua, por san Juan, quita vino y no da pan”. Que llueva esta
noche y nos anegue, y que deje que la noche de mañana sea de purificación y de
misterio, que nos pille a todos regados y empapados de la gracia de la vida.
Porque, por estos pagos, ya
todo es de verano. Hoy mismo los colegios y los centros educativos han echado
el cierre, y los alumnos llenan ya mi plaza sin horarios ni prisas.
También, en Ávila, Sara ha
dejado el camino de colegio, del colegio de aprender, porque ella tiene otro
colegio un mes de verano al que llama su colegio de jugar. Y a los dos acude
gozosa y abierta, repleta de sonrisas y de pasar las horas comiéndose el
tiempo. Sara está de vacaciones.
Pero sus vacaciones este
verano son un poco especiales: Sara ha cumplido seis años y ha terminado su
ciclo de enseñanza preescolar. El curso próximo será ya una niña de enseñanza
infantil. La vida se desplaza en línea recta y ella ha cogido velocidad para
asomarse a ella, para abrir los espacios y los tiempos, para ensanchar sus
fuerzas y sus costumbres, para ir descubriendo algún territorio nuevo de su
precioso mundo. No vislumbro ninguna dificultad académica pues sus avances son
extraordinarios. Pero eso no es lo más importante. Lo que se hace importante es
el crecimiento, la novedad continua, la curiosidad sin tregua, los primeros
vagidos del razonamiento, las contradicciones que se van asomando en el camino,
el choque entre el deseo y la realidad, el vaivén infinito entre lo que le queda
por delante y el ritmo desigual que cada cosa exige, el cauce que cada caminito
particular va fraguando día a día…, la
vida en todos sus extremos, en todas sus dificultades y en todos sus milagros.
Sara vive en una casa dentro
de un recinto algo apartado de la calle. Pronto se atreverá a asomarse sola a
ver qué se divisa en las aceras, sentirá el empujón inevitable de armarse ella
solita de valor y de gritar con calma su presencia. Se asomará a la verja y
abrirá sus ojos. Acaso dudará porque dar ese paso impone mucho: afuera está el
peligro, y afuera está la gloria. Sospecho que los primeros días deseará muy
pronto la presencia inmediata de sus padres en los que refugiarse y sentirse
segura. Después, quién sabe cuándo, se atreverá un poquito; y luego, otro
poquito algo más largo; y vacilará entre la calle y el patio de su casa… Y así
con los vaivenes de la vida.
¡Cómo la veo crecer
gozosamente! Con interés por todo, con mirada traviesa, con la seguridad de ser
siempre querida, con la satisfacción de quien avanza y deja que su mente se
haga grande, con la certeza de que la vida la quiere y ella quiere a la vida,
con el sentimiento de que ha caído en gracia a todo aquello que la rodea… Y con
mi satisfacción enorme de verla tan alegre y tan niña, tan segura y tan tierna,
tan convencida de que le queda todo por vivir, por vivir la vida que ella se
vaya construyendo, a medio camino entre lo que los demás le piden y todo lo que
ella tiene que imponer como algo propio y más auténtico.
Me gustaría que esta tarde
lloviera mansamente y que nos cogiera a ambos de la mano y por sorpresa,
dejándonos llenar de cada gota, abriendo nuestros poros y sintiéndonos libres y
contentos. Tampoco es pedir tanto.
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