BIBLIOTECAS
Es casi una rutina que me
inquieta,
pues no puedo cambiarla en mis costumbres.
Al menos cinco días por semana,
me dirijo con calma hasta la
biblioteca
donde busco refugio entre los
libros
que escribieron poetas y soñaron
para mí los filósofos más célebres.
Tengo que confesarte que, a
menudo,
en medio del trayecto,
mis pies me llevan, en reflejos
pasos,
hasta otro sitio en el que tú me
aguardas.
Y confundo las calles y las horas
como si alguna fuerza misteriosa
me llevara anillado hasta tu
puerta.
Después -he de reconocerlo sin
reparos-
las dudas se disipan cuando
entiendo
que eres el mejor libro que he
leído
y que sigo leyendo cada tarde.
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