Blaise PASCAL, en su obra Pensamientos,
anota lo siguiente: “El silencio eterno de estos espacios infinitos me espanta”.
Pens. 91.
El pensador, clérigo y bastante
dogmatizado, anda, como todos los de sus características, empeñado en ajustar
las realidades y los pensamientos a la dependencia de un Dios, en su caso el
dios cristiano. Desde ahí, y con ese condicionamiento tan poco racional, todo
le va sobre ruedas.
No es mi intención examinar su
obra y mucho menos calificarla, aunque sí he de decir que me interesan muchas
de sus anotaciones (el libro es casi una suma de ideas apenas apuntadas en
muchos casos), pero son algunas como la que he copiado las de más alcance, a mi
entender, y las que más me llaman la atención.
Porque el ser humano, a pesar de
todas las banalidades imaginables -algunas cultivadas, en público y en privado,
por personas que, aunque solo fuera por su formación, deberían elevar un poco
el nivel- sigue guardando en algún rincón oscuro la curiosidad y la duda, al
menos ocasionales, del posible sentido o sinsentido del ser en el tiempo y en
el espacio. Y en los dos parámetros, la verdad es que a mí también me asusta un
poco la posición y el valor del ser humano. Qué poquita cosa, que
insignificancia, qué mota de polvo, qué cero a la izquierda.
Desde este punto de partida salen autobuses en
todas las direcciones. Unos apuntan hacia el interior de uno mismo, otros
conducen a la exaltación de cada individuo como ser único, muchos sencillamente
admiten pasajeros que ni saben adónde van ni parece que les importe un
pimiento, los hay que ruedan en dirección racional, y hasta los hay que se
desploman por un precipicio hondo y sin retorno.
Hacer sonar los espacios no es
sencillo desde las capacidades humanas, siempre tan limitadas; intentar cuadrar
esas dimensiones resulta aún más complicado; conseguir que suenen
armoniosamente casi es misión imposible… Pero no intentar nada es mucho más
angustioso y aniquilador. Tal vez por eso, más adelante vuelve Pascal a la
carga: “Al ver la ceguera y la miseria del hombre, al contemplar todo el
universo mudo, y al hombre sin luz, abandonado a sí mismo y como extraviado en
este rincón del universo, sin saber quién le ha puesto aquí, qué es lo que ha
venido a hacer, qué será de él cuando muera, incapaz de todo conocimiento, se
apodera de mí el espanto, como un hombre a quien hubieran llevado dormido a una
isla desierta y terrible, y que se despertara sin saber dónde está y sin medios
de salir de allí. Y por eso me admira ver cómo nadie se desespera ante una
condición tan miserable. Veo a otras personas junto a mí, de una naturaleza
parecida; les pregunto si saben más que yo; me dicen que no (…). En cuanto a mí,
no he podido apegarme a nada, y teniendo en cuenta hasta qué punto hay más
apariencia que otra cosa en todo lo que veo, me he empeñado en averiguar si
Dios no ha dejado alguna señal suya”. Pens. 393. Ya se vislumbra por ahí algún
asunto religioso, en Pascal de signo cristiano. Pero eso ya es otro asunto.
Hoy solo me quedo con el contraste
entre el nivel instintivo y sin elaboración de casi todo lo que veo a ras de
suelo o de medios de comunicación, para quedarme con este pensamiento que
incita a subir un peldaño salvador en mi conciencia.
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