viernes, 13 de mayo de 2016

SAPERE AUDE


El frente de lluvia pertinaz parece que por fin dará paso a la más esplendorosa primavera. A ver si es verdad y el sol se asienta como dominador de los días y de las horas. Con ella y sin solución de continuidad, nos pondremos en la línea de salida de un nuevo período electoral. Las organizaciones políticas nos presentarán  unos programas que apenas leerá nadie, se dirán de casi todo a la cara, con el fin de que los más enfervorizados se sacudan un poco de catarsis y en un mes tendremos la solución en forma de votos y de escaños. Ojalá que también de gobierno y, si puede ser, que sea de signo progresista y de mirada hacia el futuro.
Porque, y esto es lo que hoy me interesa, esta sociedad se ahoga en la corrupción, en los enfrentamientos estériles y en los egoísmos más instintivos. Esta sociedad mira demasiado al dedo y poco a la luna. Esta sociedad se pierde en los detalles y se olvida del núcleo de las cosas. Esta sociedad, y no sé si las otras también.
Me resulta difícil encontrar foros públicos en los que se expongan ideas que no sean las de situarse mejor en la sociedad, de manera que “el más espabilado” saque más producto de la situación; y, si no es el individuo, que lo sean sus hijos, sus amigos, su fábrica o su grupo social. Y esta intención, por más que sea comprensible, no me parece la mejor, sea defendida por la derecha o lo sea por la izquierda, que de ambos lados procede su defensa.
Las superestructuras que se nos echan encima a cada uno de nosotros como individuos son tan pesadas, que, si no estamos atentos, les seguimos la corriente y las damos por echas como única posibilidad en la que vivir. Para ello, esos elementos sociales que damos por buenos cuentan con todos los medios de comunicación a su favor; con ellos crean las corrientes de opinión y moldean las opiniones y las acciones de los ciudadanos. Solo los más avezados están algo más a salvo de esa corriente caudalosa que se lleva todo por delante. Y cuando se le opone algo como contrapeso intelectual, enseguida el proponente es tachado de radical y de antisistema. Claro, y qué razón tienen: es que hay gente que se atreve a cuestionar el sistema, la suma de estructuras que se nos dan como axiomas y como si fueran las tablas de la ley que queman al que se atreva a leerlas de otra manera. Qué atrevidos, qué antisistemas, qué revolucionarios, qué demonios con rabo, adónde querrán llevarnos.
Parece evidente que las comunidades tienen que poseer sus reglas para que cada uno de sus componentes sepa a qué atenerse en sus relaciones con los demás y para que el grupo consiga algún grado de seguridad jurídica y de comportamiento. Pero es que todo se puede ejercer en diversos grados. Y en la gradación es donde se esconden las falacias, las exageraciones y los aprovechamientos.
¿Qué le espera, por definición, a un creador cualquiera, por ejemplo, si, por definición, su labor consiste precisamente en buscar nuevas fórmulas en las que concretar la realidad? En su aventura creativa llevan el castigo de apartarse de las normas sociales y de los pasos groseros y mostrencos en los que se concretan la vida y las costumbres. Todo el mundo del arte cae así del lado de la transgresión y del lado de la subversión revolucionaria; y al creador, en alguna medida, no le queda otra posibilidad que alejarse del común, que convertirse en raro, que alejarse, que encerrarse, que vivir otra vida diferente. Y otro tanto -tal vez en menor medida- le suceda a todo aquel que se dedique al mundo de las humanidades, si no se rinde y somete a estas solo a la explicación y a la mejora de las normas ya establecidas, sin analizarlas, criticarlas y, si es necesario, proponer su cambio por otras en las que el individuo sea el sujeto creador y no solo el reo que obedece y se adapta para obtener buenos réditos de lo existente.

Me dejé ir por los cerros de la creación, cuando, en realidad, quería conformarme, en este formato corto de las treinta o cuarenta líneas, con el apunte de que las formaciones políticas, en general, se dejan llevar por lo sencillo, sin invitar a los ciudadanos a la revisión de todo lo que haya que revisar -también, y sobre todo, en los elementos más cotidianos y sencillos-, para sostenerlo o para enmendarlo, pero siempre al servicio del ciudadano, de su conciencia y de su libertad.

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