jueves, 26 de mayo de 2016

EL PRETEXTO DEL TORO DE LA VEGA


Por fin, el Gobierno de Castilla y León, esta reserva de todas las reservas en la que he nacido, en la que vivo y en la que seguramente moriré y permaneceré para siempre, ha decretado la prohibición de dar muerte a lanzadas al llamado Toro de la Vega (Tordesillas, Valladolid).
Dos precisiones previas: a) Ese “por fin” del principio no significa necesariamente que yo tome partido -en este caso favorable- ante la norma, sino que, después de no sé cuántas intentonas y protestas, se dicta norma legal a la que atenerse; b) La resolución apenas disimula porque únicamente se prohíbe la muerte a lanzadas, no el paseo del animal ni el “juego” de los jinetes con él durante no se sabe cuánto tiempo. Así que se prohíbe lo que se prohíbe, pero no lo demás.
Ahora sí, ahí va mi opinión resumida. No difiere de lo que haya dicho en alguna otra ocasión:
Estos asuntos de prohibiciones de costumbres centenarias conviene tratarlos con mucho tacto pues intervienen muchas variables y no todas se cuantifican con facilidad. Si la razón nunca es absoluta, en este caso hay que manifestarla con cuidado.
Las costumbres, a pesar de todo, tampoco pueden permanecer inamovibles por siempre, y esta da toda la impresión de que, por su violencia y primitivismo, merece que, al menos, le den un lavado de cara y la pongan un poquito al corriente del siglo veintiuno.
La desaparición de una costumbre tampoco implica una pérdida irreparable: el mundo cambia, las comunidades evolucionan y sus manifestaciones nacen, crecen, se desarrollan y mueren.
Estoy casi seguro de que, al cabo de no muchos años, si la prohibición se mantiene, todo se hará costumbre y la gente se sentirá igual de bien sin la necesidad de esa exhibición de primitivismo.
La mejor medicina para todos estos asuntos ancestrales suele ser la serenidad, la explicación y la eliminación de imaginaciones y símbolos que no se sostienen si no es en las mentes menos razonadas y cultivadas. De nuevo la educación y el intercambio de razones viene a ser la inversión más productiva en cualquier comunidad. En ello los que más tienen que dar la cara son los más sensatos y los más capacitados para la razón y menos para el halago populachero.
Esta no es la única manifestación de este tipo en la piel de toro; las hay por todas partes y de todos los colores. Sucede simplemente que algunas ajustan mejor que otras en la escala de valores que mantenemos o que nos obligan a mantener. Analícese todo, por favor, y sin prejuicios. Luego actúese en consecuencia, sin exageraciones pero con el rumbo claro. Y en todo tipo de manifestaciones, también, por ejemplo, en las religiosas.
Hace escasos días asistía a una conferencia en la que se daba cuenta de algunos elementos que conforman nuestro calendario (días de la semana, meses del año…). Se explicaba su origen y se enseñaba el significado de su nomenclatura a gente que seguramente la había usado hasta entonces sin conocimiento exacto de ella. En la última parte se inició la explicación de alguna fiesta cristiana como adaptación de festividades paganas. En concreto de la Navidad. Hubiera sido muy provechoso haber extendido la explicación a otras festividades y costumbres que se desgranan en el calendario a lo largo del año. Habría sido una reflexión estupenda para dar a conocer muchas cosas. Entre esas fiestas está también el Toro de la Vega. Y está la Virgen del Rocío. Y está la romería de la Peña de la Cruz de Béjar. Y están todas las demás.
Hay gente reacia a estos intercambios de informaciones. Curiosamente casi toda de la misma tendencia y preparación. Como no podía ser de otra manera.

Qué bueno si nos quitáramos la careta y tiráramos los prejuicios a la basura; qué bueno si nos volviéramos más humanos y, desde nosotros mismos y desde nuestras mentes, tratáramos de mejorar nuestras ideas y nuestras costumbres. Las superestructuras son muy pesadas y nos asusta casi hasta mirarlas pues nos imponen una losa muy grande. Pero habrá que horadarlas para que nos dejen ser un poco nosotros mismos. 

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