Todos los reencuentros tienen
algo de encuentro primitivo y fresco, de repetición y de sorpresa a la vez; en
ellos uno se halla a medio camino entre lo inesperado y lo que vuelve a presentarse
de frente, como algo que estuviera latente y escondido pero esperando saludar
de nuevo.
Ayer y hoy me he reencontrado con
mi amigo Antonio Martín Gómez. Antonio era para todos el cura Antonio. Lo
conocí y practiqué la amistad con él durante muchos años. Con altibajos y hasta
con desencuentros en los últimos años de su vida, aquellos en los que -¡quién
podría darme luz sobre las causas!- nuestros caminos se apartaron y (es mi
opinión) él se recluyó en un círculo distinto, tal vez más afín en la ideología
y en las costumbres. Supongo que yo también tendría algún tanto de culpa en el proceso.
Pero qué poco importa aquel asunto salvo para considerar que pudo ser mejor y
que es ejemplo de un nuevo mal entendido en la vida. Dejemos estar aquello.
El reencuentro con Antonio me lo
han proporcionado sus libros, o aquello que él llamaba sus libros, casi siempre
una suma de anotaciones y de poemas populares, al lado de algunas citas no bien
señaladas ni reconocidas. Tampoco importa demasiado eso. En uno de esos textos,
por cierto, he vuelto a ver mi firma en un prólogo que ni siquiera recordaba.
Lo más importante de todo es que
Antonio Martín Gómez, el cura Antonio, sigue apareciendo ante mí como una
persona toda bondad y signo de amistad. Es difícil encontrar ni una sola
palabra que apunte hacia algo desigual o negativo. Los amigos y la visión casi
idílica de la naturaleza, de su naturaleza, de la de su Béjar, llena cada una
de las frases que apuntaba y que después recogía en pequeños textos.
Sigo compartiendo con él la necesidad
de querer y de ser querido como lema de vida y de actuación. Me separa, y
mucho, la visión que de la vida tengo, esa visión que me proporciona mi reflexión,
esa que no siempre se deja llevar por impresiones instintivas y que aspira a
razonar antes de concluir. Y, por supuesto, los contextos religiosos, que hacen
a casi cualquier sacerdote dar por supuesto todo aquello que otros nos resistimos
a dar por bueno si un proceso racional.
Ya son varios años de ausencia,
desde su fallecimiento; y unos cuantos más desde que se recluyó en un círculo
cada vez más estrecho, a raíz del desarrollo de su enfermedad. Lo recuerdo
ahora desde algún libro que me ha hecho llegar uno de sus familiares y que yo
he vuelto a leer. Desde ellos quiero darle un abrazo a Antonio, al cura Antonio
como era conocido por todos, un abrazo que abarca las discrepancias y las
coincidencias. Porque todo cabe en la amistad, en la buena voluntad y en el
deseo común de querer y ser queridos por los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario