“La pólvora, la brújula y la
imprenta fueron los tres grandes inventos que dieron lugar a la aparición de la
sociedad burguesa. La pólvora acabó con la clase caballeresca, la brújula
descubrió el mercado mundial y fundó las colonias y la imprenta fue el
instrumento del protestantismo y de la regeneración de la ciencia en general:
la palanca con más fuerza para crear los requisitos intelectuales”. Son
palabras de Marx en su obra “División del trabajo y taller mecánico”. Son todos
hallazgos que se sitúan en los albores de la Edad Moderna y que, sin duda,
sirven de lanzadera para la renovación general y para la creación de una nueva
sociedad, con unos elementos de creación y de relación muy diferentes a los de
la época anterior.
Echar un vistazo a los adelantos
científicos y técnicos produce en mí siempre un doble sentimiento que me empuja
a contemplar las deficiencias con las que han tenido que lidiar todos mis
antepasados (aunque todo hay que interpretarlo desde su contexto), y, a la vez,
a la complacencia que me produce saber que vivo en una época plena de vigor técnico
y de inventos que por todas partes podrían hacer la vida más sencilla y gozosa
al ser humano. He utilizado con toda la conciencia el verbo poder en
condicional: “podría”.
Creo que los descubrimientos
científicos y técnicos deben ser considerados sobre todo pensando en las
consecuencias que de ellos se derivan y en el número de personas que de los
mismos se benefician, mucho más que en su espectacularidad. En este sentido,
contemplar la aparición de estos tres que cita Marx y sentirse asombrado es
todo lo mismo. Él mismo apunta, en una imagen de cada uno, algo de lo que
cualquiera de nosotros puede seguir desarrollando. Pienso en la imprenta y en
lo que significó, y se me llena la mente de imágenes y de situaciones. Una
revolución absoluta, una ampliación y popularización de las ideas, de los
lenguajes y de todo tipo de creaciones inconcebible hasta entonces. Un mundo
nuevo desde aquel momento.
Pienso también en cuáles podrían
ser los tres descubrimientos de mayores consecuencias en nuestros días y no sé
por cuáles decidirme. Tal vez tampoco es lo más importante: son tantos y tan
extraordinarios. ¿En qué medida ha cambiado la vida de media humanidad la
existencia de la lavadora, por ejemplo? ¿Hasta dónde llega el alcance positivo
de la telefonía como elemento que ha trastocado totalmente los espacios y los
tiempos? ¿Qué parte les debemos a las distintas vacunas en nuestro desarrollo biológico
y social? Y así muchos elementos más.
Creo, no obstante, que ningún
descubrimiento se puede igualar, pensando en las consecuencias tan diversas que
de él se derivan -y todo el universo hacia el que apunta, aún sin desarrollar-
como el mundo de internet, con todas sus variantes de ordenadores y
aplicaciones. Apenas en dos o tres decenios, le hemos abierto la puerta en
nuestra vida, y ya parece que hubiéramos nacido con él y que fuera un apéndice
de nosotros mismos, cuando no casi nuestra esencia. Y sus aplicaciones se
antojan casi infinitas. Nuestro mundo ya no se vertebra si no es desde el mundo
del ordenador en todas sus posibilidades. Él nos ha hecho la aldea más global,
nos ha puesto a todos en contacto permanente, ha dado un acceso inmediato a
todo tipo de conocimiento y a todo el mundo, y ha abierto unas perspectivas de
aplicación que casi ni nos imaginamos, en educación, en medicina, en economía,
en ciencia, en justicia…, en todo.
Como sucede con cualquier reflexión,
esta no debería terminar sin pedir que los beneficios tan ingentes repercutan
en la comunidad entera y no solo en unos pocos. Ese, al fin, es su mejor y su
auténtico valor.
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