¿Por qué escribir siempre con la
mano derecha? Es cuestión fisiológica, dirás. Y mucha razón tienes, por supuesto.
Pero no es esa mi extrañeza. Es que me veo con el bolígrafo en ristre y observo
que, con la mano derecha, mi mano se va alejando de la palabra escrita, como si
esta me fuera persiguiendo y la mano necesitara alguna distancia para descubrir
y asombrarse con la palabra que siempre le va precediendo. No sé si la mano
está asustada o simplemente es que toma distancia ante las formas dibujadas.
Tal vez es que le asusten los significados y no quiera amistades peligrosas. O
acaso sea admiración por el milagro escrito. No sé, pero me deja con la duda.
Si me imagino escribiendo con la
izquierda, compruebo que mi mano siempre anda escondiendo la palabra. Parece
que ahora sí que le da miedo de que la vista observe y descubra tal vez
cualquier desaguisado. Por eso la palabra queda escondida por algún tiempo,
hasta que algunas otras palabras la dejan asomar por detrás de la mano
veladora. Se diría que, en este caso, la mano es cómplice de todo lo que
esconda la palabra, como si los términos sintieran el pudor de enseñarse en la
línea. Incluso es este modo solidario con la tinta, que se pega en la mano al
menor descuido.
¿Y si escribiera una línea con
cada mano? Claro que no he pensado la posibilidad de anotar algo en lengua árabe,
de derecha a izquierda. Uffff, cuánto lío.
Escribiré en todo caso y dejaré que
sean las palabras las que se quejen o me aplaudan, las que me dejen diestro o
zurdo, pero nunca siniestro.
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