jueves, 25 de agosto de 2016

HOBBES Y LAS LEYES


Desde que el ser humano ha podido razonar -y no ha sido  humano hasta que, con la palabra, ha podido cifrar su comprensión de la realidad-, se ha empeñado en describir y en razonar sobre cuáles son las mejores condiciones que explican su estancia en eso que llamamos vida. En ese empeño constante -se entiende que de los pocos sabios que en el mundo han sido-, cada uno ha centrado sus curiosidades en aquello que consideraba clave para la explicación de todo lo demás.
Así, buena parte de ellos ha gastado sus esfuerzos en ajustar el desarrollo de la vida a leyes provenientes de algún elemento superior. Otros se han partido la cara en el enfrentamiento directo con las ideas, asumiendo con ello cualquier posibilidad en las consecuencias de sus indagaciones. Unos han sido más acomodaticios; otros, más atrevidos. Las posibilidades, en fin, son muchas. Y todas loables si se desarrollan con buena intención. El casi eterno período medieval se fue en disquisiciones formalistas, sujetas a verdades externas a la razón: escolasticismo. Fue a partir de la llamada Edad Moderna cuando el desarrollo volvió memoria a los tiempos clásicos en los que la razón sobrevolaba las mentes de los filósofos.
Hobbes es un filósofo moralista, o filósofo político, que intenta conformar una teoría del Estado, es decir, que intenta organizar racionalmente la convivencia de las comunidades en un compendio filosófico general. Su punto de partida es la constatación negativa de que “el hombre es un lobo para el hombre” (homo homini lupus). Por eso la necesidad ineludible y beneficiosa de organizarse, de dotarse de leyes y de conformar todo un código de convivencia. Todavía el  lector del siglo veintiuno lo puede ver deudor de estructuras eclesiales y reales muy fuertes, pero eso ahora no interesa. Me importa destacar que conforma su visión del mundo desde un punto de vista negativo, desde la necesidad de organizarse para no perecer en el intento individual.
Hay otros intentos que ponen su acento en elementos no racionales basados en la compasión, en el amor, en la ayuda…; en otros elementos positivos o de añadido personal y no tanto de exigencia externa.
Qué hermoso sería dialogar acerca de cuál de los dos métodos es más productivo y reconfortante. Intuyo y hasta defendería que ambos son complementarios, con sus peligros y con sus virtudes. Y ambos se muestran necesarios en la vida real. ¿En qué grado?
¿Cómo se puede convivir sin un código acordado para todos? ¿Puede ese código abarcar la pluralidad de la vida?  ¿Lo que no está en ley es bueno o malo? ¿Es posible vivir tan solo un día sin una pequeña acción amorosa?

Hobbes escribe todo un largo tratado (Leviatán) acerca del primer método. Me parece una buena aportación. Me deja, sin embargo, un poco vacío su lectura y el hecho de imaginarme solo ese código sin gotas de elementos menos racionalizados.  

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