Y no escribo problema porque no
es matemática la dificultad. Una más pero que me visita con frecuencia y cada
´día me duele un poco más.
Leo repetidas veces libros que
tienen que ver con el mundo de la educación. Ha sido mi profesión y mi
vocación; por ello me sigue atrayendo este mundo. Además, estoy convencido de
que el mayor avance personal y de las comunidades, en todos los sentidos,
incluido el económico, tiene que ver con el éxito o el fracaso del mundo de la educación
y de cómo se plantee. Hoy ando en ello.
Los más brillantes pedagogos y
aquellos educadores que han dejado mayor y más duradera huella son los que
abogan por una educación en la que el protagonista activo es el alumno y nunca
el profesor. El profesor debe centrar su actividad en abrir caminos, en
proponer posibilidades, en acompañar al alumno, en servirle de referente, en
extraer las posibilidades que todo educando posee, aunque no sean las mismas en
todos. Pero el que tiene que ejercer de descubridor, el que tiene que andar el
camino, el que debe forjar su propia educación es el alumno, el que debe
desarrollar sus capacidades y posibilidades es el alumno. Hoy leo ejemplos en
forma de “Parábolas para una pedagogía
popular”. Me las regala, en formato de libro, el educador francés del siglo
pasado Célestin Freinet. Son numerosas y todas poseen el mismo esquema y de
ellas se extrae la misma consecuencia.
¿Dónde está, pues, la dificultad?
En que yo ya no puedo aplicarlas. Mi trabajo terminó y ahora lo veo como algo
bastante lejano, por más que me siga llamando en el recuerdo. Me sucede con
otras materias, no solo con el mundo de la educación. Y me queda la nostalgia
de pensar en qué medida apliqué yo en mi trabajo estos o parecidos esquemas
pedagógicos. Siempre me queda una mezcla de duda y casi de certeza de que pude
hacer mucho más de lo que realmente hice, y esto me crea algo de mala
conciencia. No me consuela demasiado el pensamiento de que a mi alrededor no
creo que se hiciera mejor: es un consuelo un poco endeble. Repaso los contextos
y me reafirmo en que no favorecían demasiado estas prácticas: programas,
papeleos, costumbres sociales, escalas de valores exteriores, edades, ajustes
entre iniciativas personales y posibilidades reales de llevarlas a cabo…
Sé bien que hay teorías
pedagógicas para todos los gustos, y que, seguramente, todas tienen un poco de
verdad. Pero me quedo con las más abiertas, con las menos impositivas, con las
más sugeridoras, con las más diversas…, con aquellas que potencian, hasta donde
pueden, los desarrollos de las posibilidades diversas de cada educando y que
hacen de este el protagonista en primera persona… Es, creo, la mejor manera de
hacer vida intensa y gozosa para cada uno.
Habrá que buscarles a estas
parábolas otras aplicaciones más cercanas y distintas.
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