martes, 16 de agosto de 2016

PODERES


En las conversaciones de cada día, cuando utilizamos la palabra “poder”, generalmente estamos pensando en el poder político: hasta tal punto ha adquirido relevancia esta actividad. Y, para nuestra desgracia, pensamos casi todos que con la delegación del voto cedemos nuestro poder para concentrarlo en esas pocas personas que dirigen la actividad ejecutiva. Es verdad que en ellos delegamos poder, pero no deberíamos olvidar que tendría que ser el menor posible, que nuestra participación tendría que ser activa y continua y que no tendríamos que esperar a que nos den todo resuelto. El poder lo debo tener yo, en igualdad de condiciones con mis conciudadanos, para decidir  entre todos y en igualdad.
Dice Thomas Hobbes, en su obra Leviatan, I, Cap. X, que “el poder de un hombre lo constituyen los medios que tiene a la mano para obtener un bien futuro, que se le presenta como bueno”. Enseguida divide este en original e instrumental. Creo que el concepto de poder en Hobbes es demasiado incluyente, pero eso ahora no me interesa.
También para el filósofo inglés, el poder más grande “es el que está compuesto  de los poderes de la mayoría, unidos, por consentimiento, en una sola persona natural o civil (…) como es el caso en el poder de una república”.
Pero de ese poder participan pocas personas. Hay otros poderes, muy diversos, que se ejercen a diario sin que pongamos mucha cuenta en ello, y que convienen a los que los ejercitan. Cualquiera puede intentar una lista que le resulte familiar y próxima. Hobbes habla “del poder de atracción, del poder de la razón, de la capacidad de ser amado u odiado por los demás, del éxito, de la afabilidad, de la fama, de la prudencia, de los títulos nobiliarios, de la elocuencia, de la buena presencia, de la ciencia, de las artes…” Y añadimos: la posesión de medios económicos, la juventud, la popularidad, la atracción sexual, la situación laboral…
Ejercer con más o menos empeño unos u otros, dejarse llevar con más o menos docilidad por cualquiera de ellos, ordenarlos de una forma o de otra nos da como resultado una escala de valores y unos comportamientos bien distintos, una conciencia social u otra y una manera específica de ver el mundo.

Porque las ansias de poder parecen condición innata del ser humano. Algo bien distinto es el grado de doma y de esfuerzo que pongamos para adquirirlo, para ordenarlo o para sencillamente mandarlo al reino del olvido.

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