Hace tan solo un par de días oía a un gran director de teatro
español la confesión de que, en realidad, no creía en la democracia. Seguro que
lo que afirmaba era que no creía en esta democracia en la que vivimos. Al hombre
le tocó mucho esfuerzo y sufrió muchos disgustos en su lucha generacional contra
la dictadura. En estos momentos creo que se hacía eco de aquellas otras palabras:
“no era esto, no era esto”.
Toda consideración tiene sus grados y tal vez convenga no
derramarse en llantos; pero parece que hay muchas razones para el pesimismo, o
al menos para cierto rebote.
Me quedo con la idea general que ahorra mancharse las manos con
las hojas del rábano y me asiento en la consideración de que las generaciones más
jóvenes viven instaladas en una perspectiva más oscura que la de mi generación.
Lo diré de otra manera: ¿Cómo es posible que la generación de mis hijos viva
peor que la mía? Su preparación es mejor, los medios que proporcionan la
ciencia y la técnica son infinitamente más poderosos y todo debería conducir a
una situación más favorable y optimista.
Veamos. En nuestra comunidad de ciudadanos, nadie adquiere
realmente la condición de tal si no lo hace en las variables de ciudadano político
(capacidad de elegir y de ser elegido), ciudadano civil (poseedor de los
derechos fundamentales: reunión, expresión, circulación…), y ciudadano social y
económico (poseedor de condiciones económicas mínimas para vivir con dignidad
en su comunidad). Sin alcanzar las tres, todo es rebaja, engaño y falsedad. Y,
además, esas condiciones han de cumplirse en la realidad y en la práctica, no
solo en la teoría (democracia teórica o democracia real, libertad teórica o
libertad real).
Pues a buscar su cumplimiento por ahí, por nuestro alrededor.
¿Se cumple en la práctica la igualdad a la hora de presentarse a la
representación pública? ¿Y todo eso del dopaje político y de las financiaciones
irregulares a los partidos? ¿Y lo del uso de los medios de comunicación? ¿Lo de
libre circulación o reunión es libertad turística o es obligación de perderse
por el mundo en busca de alguna puerta abierta con contrato precario incluido?
¿Hay condiciones mínimas de supervivencia económica para todos? Dicho de otra
manera: ¿los más jóvenes pueden construirse un proyecto vital sin trabajo, con
contratos temporales y con despidos prácticamente libres? ¿Cuántas
consecuencias económicas y, sobre todo, emocionales se derivan de estas
verdades como puños? ¿Tenemos que levantar mucho la vista para señalar casos
concretos?
Tengo mala conciencia por no haber contribuido con más fuerza
al menos a la denuncia de algo tan terrible. Se extrañarán de esto los más jóvenes,
nos lo echarán en cara y acaso renieguen en parte de nosotros. He dicho muchas
veces -hoy lo repito- que la mayor pobreza en los últimos años no procede de la
precariedad y de los recortes, sino de la nueva conciencia de individualismo y
de egoísmo que estos viejos principios liberales han inoculado en nosotros,
también en los más necesitados, que se convierten así en esclavos agradecidos y
que aplauden al sistema que les pisa el cuello y que no les deja respirar tranquilamente.
Hay siempre una esperanza, la de la educación en la
conciencia, y esa está en los más jóvenes, sobre todo en aquellos que aspiran
no a reproducir el mismo sistema con ellos en lugar de privilegio, sino en los
que desean cambiar las normas para que no se repita el mismo cataclismo. A ellos
apelo y a todos pido perdón por mi desidia.
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