Oigo, de boca del presidente del Gobierno, esta sentencia:
“Todo lo exagerado termina por ser irrelevante”. Como los medios de
comunicación repiten machaconamente las mismas cosas, la siguiente vez ya no la
oigo sino que la escucho.
Mira por dónde, en esta ocasión estoy totalmente de acuerdo
con el señor Rajoy. Lo estoy así, en abstracto. Cuando voy a situarla en un
contexto, entonces el acuerdo se disuelve como azucarillo porque, aplicada al
grado de corrupción de su partido, no solo no hay exageración sino más bien
contención y apocamiento.
Allá él y ellos con todo su pasado y su presente y entendamos
la sentencia en otras situaciones.
El mundo, este mundo, es todo exposición y abultamiento,
pasarela y exageración, mercadillo y escaparate, empujón y prisa…, exhibición,
en suma. Los medios de comunicación son los principales encargados de trasladar
las mercancías. En forma de noticias, de reportajes, de rumores, de dichos, de
chismes, de cotilleos, de cuentos y de bulos. A todo hay que adelantarse ante
el consumidor y ante la competencia. Y todo hay que servirlo con morbo y con
sobredosis de rareza y de atracción. El resultado es un cóctel sabroso a
primera vista pero que emborracha y pone ebrio a cualquiera que esté interesado
en describir y en analizar con algo de lógica y calma. La única forma de
mantener la atención es ir subiendo la dosis de exageración, de repetición y de
anfibología al menos en un grado superior al anterior. De esa manera, la
carrera no termina nunca y lo que hoy es relevante, mañana, por exageración,
repetición o inexactitud, se convierte en irrelevante y deja de atraer la
atención. Hay que buscar un efecto más potente para poder sobrevivir. El camino
es interminable y la verdad, en esta carrera de locos, no tiene asiento ni casi
definición.
Este es nuestro mundo y en él corremos y vivimos, Y, si
queremos al menos decir que aquí estamos, tenemos que someternos a alguna de
estas reglas asquerosas.
Tengo la impresión de que el peligro acecha en casi todos los
contextos y en casi todas las ocasiones. Y creo que sucumbimos con demasiada
frecuencia a él. Me molesta, y mucho, que algunos medios, con los que comulgo
en el fondo de su pensamiento, pierdan credibilidad por esa sobreexposición, en
forma de exageración, repetición continua, orden de comunicación, selección de
elementos y noticias, ocultación de las mismas y concentración solo en algún
aspecto de la vida… Ellos mejor que nadie deberían saber que ese principio del
paso a la irrelevancia por repetición o exageración es inevitable por el
hartazgo que produce en los receptores. Y, entonces, lo que conseguimos es
exactamente lo contrario de lo que buscábamos.
El mismo efecto me produce la actuación de aquellos grupos
políticos que ponen por encima de cualquier cosa el interés reiterativo, no
tanto por la verdad, como por dejar en mala situación al adversario, y, si
puede personalizarse la befa, mucho mejor. El contraste de ideas, entonces, se
olvida y se hace irrelevante. Qué pena.
Son solo dos ejemplos. Cada cual puede aplicar la consideración
al campo que le apetezca. Ahí están la política, la vida social, la publicidad,
los medios de comunicación, la creación artística… La vida en general…
Empieza agosto. No es mal mes para desacelerar en las formas
y apretar las tuercas de los principios. No sé si esto es posible en la escala
de valores del mundo en el que vivimos.
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