viernes, 6 de abril de 2018

DESDE MI TERRAZA


   
Después de todo, la vida no es más que un desorden controlado y la mejor manera de mirarlo es desde una terraza. Por eso yo me instalo casi diariamente en la mía y dejo correr mi vista y abro mis otros sentidos para que llegue toda esa masa difusa que va y viene por los caminos del tiempo y del espacio. Y a los lugares a los que no llega mi vista viajo con mi imaginación. Es el medio más seguro, menos contaminante y más barato.
A veces, por ejemplo, subo hasta la sierra para comprobar si es real todo ese número tan grande de esquiadores que siempre dicen las cifras oficiales que vienen a esquiar. Lo hago en el coche de mi imaginación y ni paso frío, ni encuentro atascos, ni gasto gasolina, ni contamino. Lo malo es que no me salen esas cifras tan abultadas de visitantes. Vaya por dios.
Otras veces sencillamente dejo correr la mirada por el paisaje lujurioso que adorna mi contorno, y me remanso en él, sin prisas y al amparo de lo que me pide el sol.
Si me canso de ir a buscar la vida, sencillamente dejo que ella venga hasta mí. Me trae recado de algunas cosas que suceden por ahí. Yo las contemplo y con frecuencia me río o se me muda el rostro mostrando un rictus de tristeza. Ayer, sin ir más lejos, me contaron lo de esa señora que falsea la realidad inventándose cursos y engordando un currículo de manera vergonzosa. La verdad es que no sé qué pensar pues tengo la impresión de que el fenómeno es más frecuente que lo que se cree por ahí. La experiencia muestra que es mejor ponerse colorado de una vez que muchas veces rojo de vergüenza. Esta señora parece haber optado por pretender asegurar que ha tomado el sol todo el verano cuando aún no ha cesado el frío. Ella, pobrecilla, sabrá lo que hace. Con ese caso, la vida me trajo la consideración acerca de cómo anda el patio en esa institución semisagrada que llamamos universidad. Y no me puse demasiado contento al rumiarlo unos minutos. Tampoco me alegró esa especie de jolgorio ante el árbol caído y el fuego que con él se hace para calentarse. Hay que poner otra vez de moda el concepto de la compasión. Aunque, si se cifra la vida en carreras y triunfos, es lógico que se acepten también los fracasos y las venganzas. De todos, por cierto; también, para cuando les toque, de los que ahora se sienten triunfadores.
Y las mismas sensaciones para el caso de Puigdemont, ahora, solo aparentemente, en libertad. ¿No es prueba de cierta normalidad el hecho de que jueces distintos opinen y juzguen de manera diferente? ¿No existen otras instancias a las que recurrir? ¿No es esto una muestra de democracia? Pues nada, otra vez brocha gorda con triunfos y fracasos absolutos. Quietos hasta ver, que la partida no ha terminado, ni en un sentido ni en otro. Y menos poner la pierna encima del vencido, que no se trata de eso sino de aproximar posturas y convivir lo mejor posible. Claro que eso de la con-vivencia es algo plural y si uno no quiere…
Como estas sensaciones eran fuertes, preferí echar el cierre a mi ventana y mirar hacia adentro. Allí estaban mis nietos jugando tan felices. Esta sí es otra vida. Y yo me quedé en ella tan contento. Qué distinto el ambiente. Aquí todo se perdona y no se miente nunca: no merece la pena pues crece la nariz y da mucha vergüenza. Y nadie gana a nadie -bueno, siempre ganan ellos, pero es que son mejores y nadie se queja- porque ninguno quiere separarse del corro de la fiesta.
Pero es así la vida y habrá que seguir viéndola con calma y con cautela.

1 comentario:

Jesús Majada dijo...

Bien lo de Puigdemont; y mejor lo de los nietos. Pero no me llega la compasión para Cifuentes: demasiada contumacia en la soberbia, la insolencia y el cinismo.