Por
fin parece que el sol se queda con nosotros. Y con él, el calor. Y el verano se
asoma en forma de vacaciones laborales y escolares. Y los horarios tal vez se
olviden de las horas, y los días de los días. Hay -ya lo he escrito más veces-
varios tipos de calendarios. Uno de los más importantes, en los tiempos
modernos, es el que marca los comienzos y los finales de curso. Implica muchas
variables e incluye numerosas consecuencias. No las voy a enumerar.
Mi
labor profesional me sigue rellenando la memoria con anécdotas y hechos. Por
eso vuelvo a la enseñanza y a las aulas por inercia y sin buscarlo, como quien
se pierde y termina encontrándose siempre en los pasillos y en los claustros.
Cuando eso sucede, me sacude con fuerza la conciencia y dudo acerca de todo lo
que pude haber mejorado que, seguramente, es mucho. Y sopeso el estado de
cosas, y aplaudo o me entristezco según los casos.
En
estas fechas de despedida escolar, quiero traer aquí algunas de las palabras
que Unamuno pronunció en la apertura del curso 1900-1901, en la Universidad de
Salamanca. Hacen referencia al sentido que han de tener los estudios. Creo que
sirven para ahora mismo y para todos los niveles. Desde luego, yo las comparto
y las subrayo.
Habla
el maestro: “Los jóvenes que acudís hoy a estas aulas a que os traslademos lo
que otros averiguaron o lo que de la realidad hemos directamente averiguado
nosotros, tenéis que interrogar a la realidad misma que se abre liberal a quien
la invoca. Pero es preciso que la miréis cara a cara sin interposición de
librescos prejuicios, es menester que las lentes de las doctrinas recibidas no
estén ahumadas adrede o por descuido. Las disciplinas que aquí se os trasmiten
son legado de los siglos, recordatorio de la humanidad, es cierto, pero también
lo es y con mayor plenitud aún la realidad exterior concreta, la actualidad
palpitante. En la vida común que os rodea, en las costumbres a que todos por
hábito ajustamos nuestra conducta, en lo que sucede en la plaza, en el mercado
o en la feria, en el templo, en el hogar o en la campiña late el pasado más
vivo aún que en todos los libros, crónicas y documentos, donde de ordinario no
quedó más que su engañoso y deformado trasunto. (…)
¿Historia?
Historia es lo que en torno vuestro ocurre, el motín de ayer, la cosecha de
hoy, la fiesta de mañana. Sólo con el hoy aquí entenderéis rectamente el ayer
allí, y no a la inversa; sólo el presente es clave del pasado y sólo lo
inmediatamente próximo lo es de lo remoto. Lo que no descanse de una manera o
de otra en el presente, ya a flor de él, ya en su lecho de roca sedimentado, no
fue más que fugitiva apariencia. Es el presente el esfuerzo del pasado por
hacerse porvenir y lo que al mañana no tienda en el olvido del ayer debe
quedarse. (…)
¿Lenguas?
Jamás comprenderéis con comprensión activa y fecunda, no pasiva y estéril, cómo
una lengua vive mientras no abráis los oídos a la que en vuestro derredor
suena, prestándolos atentos y fieles a los modismos del vulgo, a sus dichos y
decires, a todo lo que como a barbarismo indigno de atención han solido
desechar los que hacen del lenguaje un producto de pacto literario sujeto a
académica prescripción. (…)
Bueno
es el estudio de reflejo en libros y ajenas lecciones, muy bueno sin duda, pero
sólo en cuanto a la realidad directamente intuida nos guíe. Mas sucede con
harta frecuencia, por desgracia, que el libro os aparta de la realidad, del
texto vivo el muerto, en vez de descubrírosla; acontece que en estos
penumbrosos claustros se os enflaquezca la vista y el sol os estorbe luego para
ver al aire abierto y a la luz libre. Traed a la memoria la escuela en que se
os enseñó a leer, escribir y contar y la recordaréis como una jaula, en medio
de la campiña aireada y soleada no pocas veces. ¿Os sacaron a ésta a aprender
en medio del campo, por visión directa, lo que el campo a nuestro estudio
ofrece? Y si por acaso os educasteis en vuestros primeros años en alguna
ciudad, ¿os llevaron a ver las obras de arte o de industria que ella guardara?
(…)
Sumergíos, pues, en la vida a verla con visión
especulativa y desinteresada, a dejaros empapar en realidad inmediata y actual
con pureza de intención, sin pedirle más de lo que pueda daros ni exigirle
argumentos para soluciones de antemano trazadas a medida de nuestros deseos. Si
lo hacéis comprenderéis muy luego que no cabe la realidad en fórmulas ni
conceptos silogizables, porque rebosando de ellos, se desborda. La infinita
complicación de su trama, su inextricable tejido habrá de enseñaros a
desconfiar de todos los sistemas que pretenden encerrarla en fábrica lógica. Y
esto os habrá de emancipar de una de las más profundas y arraigadas llagas de
nuestro espíritu nacional: el dogmatismo, padre de sectas y de intolerancia.
La
rebusca de la verdad con estricta sujeción a los hechos y sin tesis previa es
la mejor escuela de humildad, de modestia y de tolerancia; el aprenderse
estampadas afirmaciones redondas y escuetas, fórmulas y apotegmas decididos ex
cathedra lo es de soberbia intolerante. No caigáis en el ipse dixit ni olvidéis
que todo lo que puede saberse entre todos lo sabemos. Y aprended a la vez a cuestionarlo todo, a poner en tela de juicio
hasta lo que más asentado y axiomático os parezca, a no aceptar postulado
alguno si es que queréis gozar viva visión de lo real. Y no excluyáis nada.
Tened el espíritu abierto (…)”. El
subrayado es mío.
Así que,
a volar, gorriones; a descubrir el mundo en toda su grandeza y en todas sus
variables. Y buen verano.
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