Déjate
de balones y de goles, olvida por un rato los ceses y despidos de ministros, no
pongas mucha cuenta en las noticias que seleccionan solo lo que quieren y aquello
que provoca más morbo en el que mira, reduce más el círculo en tu mente y tus
sentidos, para que se haga ancho y luminoso… Y vente con nosotros al camino.
La
carretera divide su dominio y presta un breve espacio a una calleja donde suena
el agua y huye el ruido que hacen siempre los coches. Bájate lentamente, sin
presuras, por esa callejuela, hasta el cruce con el paseo de la estación, y oye
la regadera cómo canta y contesta al sonido de los pájaros que vuelan en
jolgorio por el aire. No mires a las casas que hay enfrente: hoy se trata tan
solo de alejarte para poder sentir que eres tú mismo en medio de las cosas
esenciales.
Contempla
la estación, ahora tan llana y despejada de raíles, aquellos que en otros
tiempos se cruzaban según el guardagujas lo quería. Ahí tienes el camino que va
hacia el horizonte solitario. Ven a hacer compañía a lo que el campo te ofrece
en su liturgia. ¿Recuerdas el sonido de los trenes, el traqueteo eterno y el
humo que tiznaba hasta a los cielos? Vuélvete a subir en uno de tercera y
ambiéntate en el seno de alguno de sus vagones. Animales, personas, equipajes…,
esperanzas, retrasos, despedidas… Llévate todo a cuestas hacia el sur, que el
camino está llano y hoy pesa todo menos. El sol te ha respetado pues su arco se
esconde por detrás de tantos árboles frondosos. Los tienes a tu gusto: pinos,
robles, castaños, cerezos, avellanos o nogales, rebollos y saúcos… ¿Has visto qué
verdura? Las lluvias han lavado la ladera y el verde resplandece cara al cielo,
con el sol de testigo y el agua proclamando en sonsonete todo tipo de estrofas
en sus cauces.
¿Te
has fijado en el suelo? Está todo de fiesta y de alegría. ¿No ves todas las
flores, que porfían por ofrecer la vista más hermosa? También las tienes todas
a tu antojo, como vistiendo al mundo de colores, de risas y esperanzas. Cógete
las que quieras. Se te ofrecen solícitas y sin pedirte nada. Si te apetece,
puedes sentarte entre su tallo y su ternura, y quedarás vestido como nunca lo
hubieras ni siquiera imaginado. Ahí, ahí, no te muevas. Respira lentamente sus
aromas, siéntete compañero de las flores, mira con atención la vasta gama de
todos sus colores. ¿Acaso algún pintor alcanzó nunca ese tono tan puro de los
cardos? ¿Quién logrará ese rojo que luce la amapola? Extiende tu mirada y verás
que ha venido el arco iris a echarse por un rato a ras de suelo.
Y,
si ya estás vestido de colores, camina ya desnudo de otros tonos que no sean
los que has visto entre las flores de este inmenso jardín. Respira hasta
llenarte con el aire que mece en una nana los cielos y los suelos.
¿Has
bebido ya agua en los regatos? No dejes que se vaya sin que deje el poso de
sabor en tu boca. También hay agua y sed que se convocan; no les pongas
reparos. Cumple con ese rito de las fuentes y moja bien tus labios. Escúchalas
y siente. Pregúntate tal vez de dónde vienen y qué traen a nosotros en sus
aguas, qué ecos desde el centro de la tierra. Y dile al runrún de los regatos
qué es lo que salmodian en su camino raudo desde lo más alto.
Luego
extiende tu vista y déjate llevar por lo que sientas. Verás que todo canta. El
tiempo y el espacio se han unido en un día de fiesta. Y a ti te han invitado a
divertirte. Baila con lo que llega hasta tu vista, embriágate con todo hasta
perderte y encontrarte en un sitio distinto, acólito del viento, amigo de la
luz, peregrino del tiempo y del espacio, poca cosa y al tiempo dios menor.
Entonces,
con certeza, serás otro, con una luz más densa y una mirada limpia y admirada
con lo que ahora estás viendo. Contémplalo despacio y llévatelo dentro, hacia ti
mismo, allí donde se rumian las cosas más sabrosas.
Regresa
con contento hasta tu casa, con ganas de volver a esa Vía Verde, que aguarda
ver el ruido de tus pasos en busca de otra paz y otra belleza. Acaso
certifiques que solo es la verdad en la belleza. Recuerda que, en tu vida, solo
habitas tú mismo.
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