FRENTE AL MAR, EN ATHOS
Miraba
el horizonte, despejado
de
todo lo que puebla la costumbre:
tiempo,
hábitos, espacio, sueños, dudas…
El
mar era un murmullo acompasado,
una salmodia respondiendo en eco
al
canto y a los rezos de los monjes.
Allí,
a los pies del monte,
que
se hace vertical desde las aguas,
en
busca del misterio de los cielos,
las
tardes destilaban
un
zumo desleído de tristeza.
Yo
quise refrescarme en mi memoria,
para
saciar la sed -que tal vez tuve-,
y no
hallé manantial que diera agua,
ni
fuente en que abrevar mis sequedades.
Las
noches me olvidaron en su seno,
mecido
por la paz de los senderos
y el
dulce despertar de los silencios.
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