LA VERDAD TERRITORIAL
La posmodernidad nos ha llevado a
desistir de las verdades como conceptos independientes de los contextos en los
que se concreten. Todo se desestructura y se descompone; nadie tiene depende de
una verdad porque esta no existe como tal. Si Kant o Saussure levantaran la
cabeza. Pero ahí andamos.
Empieza a suceder, me parece, lo
mismo en otros niveles menos teóricos y más del día a día. Quiero decir que, en
este país, nos hemos olvidado de cualquier ideal común y nos empeñamos en todo
aquello que nos sitúe en un cuadro diferenciado y particular; como si aparecer
al lado de los de otros lugares nos pegara la lepra o el coronavirus. La verdad
y su aplicación tiene valores territoriales y aduanas conceptuales en las que
te pueden prohibir el paso.
Porque hasta en el asunto de la
pandemia se puede observar -y de qué manera- esta fuerza centrífuga. Lo que
hace tan solo unas semanas era un abuso del poder central con aquello del
estado de alarma ahora resulta que se ha convertido en una dejación de
funciones del Gobierno central por no actuar y dejar la responsabilidad a las
comunidades autónomas. En tal contradicción andan los de un lado y los de otro,
los de la derecha y los de la izquierda. Qué penosito todo.
Uno no es jurista, pero sigue
aspirando al sentido común y a la buena voluntad. Veamos con brevedad.
Desde el punto de vista legal, un poder
centralizado en la proclamación del estado
de alarma por parte de los políticos parece que, a todas vistas, tiene una
eficacia mayor y sus anulaciones o alargamientos nos aclararían el panorama un
poco más a todos. La legislación
sanitaria la pueden aplicar las comunidades autónomas, pero depende de la
decisión de los jueces y ya se sabe de la disparidad de criterios y de la
trifulca administrativa y de recursos posibles que conlleva.
Desde el punto de vista político,
hay que volver a desempolvar el concepto de lealtad. Y está muy escondido en el baúl; no sé si se puede
encontrar. Significaría la existencia de un fin común, por encima de
competencias regionales y de todo sarpullido por un quítame allá esas pajas de
competencias.
Nos hallamos en un estado de
urgencia sanitaria, en una pandemia como nunca habíamos conocido. Creo que
también en un estado de imbecilidad creciente y en un ambiente de necedad muy
peligroso. Se ha venido fraguando a lo largo de muchos años y hay muchos
implicados en su alimentación y engorde. No sé en qué medida se pueden conjugar
serenamente los asuntos legales con los políticos y de distribución territorial
-¡otra vez, coño, la distribución territorial en la base de casi todo!-. Por
encima de todos deberían estar las notas del sentido común y de la buena
voluntad, las del bien colectivo por encima de la vanidad particular, y no
digamos ya por encima de cualquier atisbo de superioridad económica y hasta
racista, que apunta a realidades casi innombrables.
Que el virus se apiade de nosotros
y de la imbecilidad. Me parecen oportunas las palabras de Manrique: No mirando a nuestro daño; / corremos a
rienda suelta, / sin parar; / cuando vemos el engaño / y queremos dar la
vuelta, / no hay lugar”.
Pues eso.
1 comentario:
¡Qué verdad más cierta Antonio! Hay situaciones en las que la unidad de criterio tendría que primar sobre cualquier otra razón, como es la pandemia, tenemos comunidades porque así lo votamos en su día pero ahora me pregunto si lo hicimos bien. Hecho de menos una unidad de criterio en todo y precisamente más en estos graves momentos de decisiones arriesgadas y valientes.
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