UN MAPA DE AFECTOS (Para mi
nieto Rubén)
“Abuelo, os voy a echar mucho
de menos”. Estas
palabras, literalmente, me las dijo mi nieto Rubén un rato antes de marcharse.
No había mediado conversación anterior y me las soltó así, de sopetón. Después
de darle un achuchón fuerte, tuve que apartarme a un rincón, para rumiar mis
sentimientos yo solo y no hacer demasiado visibles mis emociones húmedas. Rubén
es un niño de cinco años (pronto cumplirá seis), con toda la ingenuidad de un
niño, con toda la espontaneidad de un niño y con todos los caprichos de un
niño.
Esto
que, para mí, es una categoría, puede parecer para los demás una anécdota, pero
muestra claramente cómo se dibuja de verdad un mapa de afectos, de esos que
permanecen cuando toda luz parece que se te apaga y que te mantienen con la
esperanza de que no todo estará perdido nunca.
Pienso
en la cantidad de veces que se repite este pequeño milagro del afecto, sobre
todo en esta época en la que terminan unas vacaciones y comienzan otras, en un
mundo globalizado en el que los movimientos se producen sin cesar y la
geografía familiar se expande por motivos laborales.
En mi
caso, la separación es siempre temporal, pues la distancia que nos separa no es
demasiada y siempre estoy dispuesto a ponerme manos al volante para pasar unos
ratos con él y con los demás familiares. Aun así, estaría dispuesto a dar media
vida por tenerlos a mi lado. Pero no siempre es así, por desgracia, y hay
familias que se despiden por largas temporadas. Efectos de la globalización y
de eso que llaman el progreso.
Yo que,
repito, procuro repetir visitas todo lo que puedo, lo paso mal cada vez que me
separo de mis familiares, aunque sea por poco tiempo. Es que sigo pensando que
me puede la idea general de que, antes que nada, quiero querer y que me
quieran. No encuentro valor más alto ni satisfactorio. Por eso me agarro a la
vela mayor de mi familia como lugar seguro. En el fondo, tal vez no sea otra
cosa que una muestra de egoísmo y de defensa personal ante todo lo que de
desconfianza hay por eso mundos y en sus escalas de valores.
Después
de unos días de vacaciones en los que todo ha sido para mis nietos y para mi familia,
la rutina me vuelve a situar en el día a día de la costumbre. Aún queda mucho
por hacer en estos meses de calor y de precauciones (también el hecho de vernos
de vez en cuando). Pero la vela de los afectos quiero que siga en todo lo alto
y que guíe mi travesía con rumbo seguro; porque, si ella me guía, no me importa
cuál sea el puerto hacia el que se dirija: siempre me sentiré al amparo de
otras manos y de otros afectos que marquen un mapa fiable. Incluso en los
momentos de tormenta, que serán los menos en esta embarcación de los afectos.
Y así lo
deseo para todo el mundo, para todos los que encuentren en los suyos el remanso
seguro en el que diluir cualquier contratiempo o mal entendido. Esta sí que
sería una pandemia positiva y agradable.
Así que,
Rubén, yo sí que te voy a echar de menos (como seguro que les sucederá a otros
abuelos con sus nietos). Pero, ánimo, que viajaremos juntos, a pesar de la
distancia, por los mundos del amor y del cariño.
Te
quiero mucho más que mucho.
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