DIARIOS
Llevo cerca de veinte años desgranando ideas en este formato que se parece
a un diario. Parecería que casi todo lo humano y lo divino ha pasado por el
espejo en el que miro.
Leo una obra de Delibes que responde exactamente a este formato. Se titula Un año de mi vida. En él recoge apuntes
de vida, de esos que componen el día a día al por menor y casi en voz baja. Se
trata del paso del año 1970 al 1971. Cincuenta años justos.
Dos hechos fundamentales separan -creo- el diario de Delibes de mis apuntes
señalados con fecha. El primero es el de que, en mi caso, no se trata de
reflejar hechos concretos y personales, sino ideas y reflexiones que me
sugieren esos hechos de cada día (lecturas, acciones, pensamientos…). Aspiro a
trascender la anécdota y acercarme a la categoría en cada caso. No sé si lo
consigo, pero esa es mi intención. Y que me perdone el maestro Delibes. El
segundo es el del paso del tiempo. ¡50 años ya de esta obra del vallisoletano! Un
diario termina siendo una crónica y un compendio de lo sucedido (en este caso
en un año), pasado por la experiencia personal de un escritor. Cómo se nota que
el tiempo va deshilachando cabos para quedarse solo con los más fuertes. Cada
uno hace su tiempo y es su tiempo, el único tiempo real.
Pero, sea cual sea la estructura que los escritos diarísticos conformen,
siempre dejan un retrato amplio y certero del que los va componiendo. Y Delibes
se desnuda en aficiones, en valores, en ternuras, en visión humana del mundo y
sus sucesos.
Ahí va una pequeña muestra de ello:
11 de septiembre.- He
charlado con Miguel sobre la noticia que me dio Jiménez Lozano anteayer en
Valladolid: los árboles, cuando van a ser talados, sufren terrores agónicos
como cualquier animal. Esto es, los vegetales sienten. La información proviene
de la revista de psicología francesa. Al parecer, un científico ha logrado
captar las ondas de un árbol amenazado, similares a las que emite el cerebro de
un hombre en capilla. Éramos pocos y parió la abuela. No me he atrevido a
decapitar las caléndulas mustias como suelo hacer cada mañana.
Y otra aparente insignificancia: el autor confiesa que hasta ese año no tuvo
televisor en casa. Y eso con toda su tropa familiar. ¿No tiene esto un alcance
extraordinario para pensar en sus valores, en sus aficiones y, en definitiva,
en la manera de ver la vida? Esta suma salteada de pequeños detalles configura
mejor que ninguna otra cosa la personalidad del autor y da las mejores pistas
para la comprensión de sus obras tenidas por más sesudas.
Proximidad, ciencia, ecología, ternura, naturaleza, ecología… Y todo en un par
de apuntes breves.
Y así pasan los días. Los de Delibes, los míos y los de todos nosotros. De
ellos tratamos de rescatar algo que nos identifique y nos mantenga un poco más
en el discurrir del tiempo. La vida es una compra con cuarto y mitad de muchas cosas. La lista de la compra es alargada e importa el resultado total de la cesta.
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