EN LA OTRA ORILLA
De Algeciras a Estambul se extienden las olas del
mar Mediterráneo, el Mare Nostrum clásico, la cuna de la civilización
occidental, el fondo nebuloso de los dioses, el límite del mundo conocido en
las murallas de Hércules y en la vecindad de la fabulosa Atlántida, el Libro de
los libros, las religiones monoteístas… Es un mar muy pequeñito, en comparación
con las inmensidades de otros muchos, y hasta lo estamos haciendo más pequeño y
menos puro con los residuos que le estamos haciendo digerir; pero ahí sigue, en
el centro de tantos desencuentros, en el escenario de tantos enfrentamientos.
Ahora le toca el turno al conflicto con Marruecos
y Ceuta. Es un asunto cíclico, pero que siempre emerge desde un fondo común con
doble cara: la del asunto territorial y la de la forma de vida.
El asunto histórico y territorial, con las
aspiraciones de Marruecos sobre Ceuta y Melilla, tiene sus tiempos en la Historia
y a ella hemos de acogernos, aunque esta no es eterna ni inamovible.
El de las formas de vida hunde sus raíces en la
configuración religiosa y social del norte y del sur del charco. No es fácil el
encuentro entre formas de vida tan diferentes ni de formas tan dispares de entender
los mismos conceptos. Así democracia, religión, igualdad, justicia… Todos estos
conceptos tan básicos nos sitúan en dos mundos muy distantes, a pesar de la
proximidad geográfica. Por eso los choques y las dificultades que se nos
presentan ante la actitud de los otros. Habrá que suponer que la dificultad será
recíproca.
A pesar de todos los pesares, la vecindad obliga
al entendimiento, o al menos al respeto y el disimulo, a la mano izquierda, a
tener un darse cuenta. La curación de una enfermedad exige tomar medicinas de
mal sabor y soportar sus efectos secundarios. Es verdad que, a veces, el estómago
se resiente y protesta con dolores. Paciencia, si se puede.
Cuando uno se interesa por el fondo que puede
explicar todo esto -o al menos una buena parte-, vuelve a encontrar el pretexto
de los dioses (lean el Corán y luego me cuentan) y el escudo de las religiones
para, desde ellos, levantar toda una suma de emociones que emboban a la
comunidad y tergiversan la escala de valores. El paso siguiente es el fanatismo
y la derrota de la razón. Un metro más allá viven la injusticia, la
desigualdad, la falta de criterio y la sumisión a unos supuestos líderes
redentores de la nada.
Y así estamos.
Por encima de todo, el valor y la humanidad de
los que se ayudan y se abrazan, sin pensar en la religión ni en los
territorios, sino solo en el hambre y en la compasión con cualquier ser humano.
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