CARTA
A UNA JOVEN(C)ÍSIMA ESTUDIANTE
Me
llegan noticias de tus extraordinarias calificaciones de fin de curso y de
ciclo mientras te imagino alegre y feliz en este último día de clase. En la
medida en la que las notas reflejan (siempre de manera aproximada) los
conocimientos y los adelantos en el aprendizaje, me siento contento y tú
también te deberías sentir satisfecha. Las notas interesan más por la tendencia
que marcan que por el resultado de un momento concreto. Piensa que habrá otros
compañeros cuyos resultados no serán tan satisfactorios. No pasa nada: todos
vais dando pasos en la vida y os vais asentando en el camino de esa aventura
maravillosa que va haciendo eso que llamamos el tiempo y el espacio.
Ahora
llega el verano para todos. Y todo cambia y se desordena, los horarios se hacen
más laxos y las obligaciones no nos acucian cada día. No habrá que levantarse
cada mañana con prisas para no llegar tarde a clase ni estaremos pendientes de
exámenes ni de deberes. Seguro que tendremos más tiempo para el contacto con la
naturaleza y con otros elementos que nos llamarán la atención. Nos lo hemos
merecido y tenemos derecho a pedir la recompensa a los esfuerzos del curso. Eso
y mucho más entra dentro de lo normal y así lo aceptamos.
Yo
querría poner reparo solo en una cosa, para considerarla y por si la queremos
tener en cuenta.
Mira,
resulta muy frecuente observar (siempre en diversos grados y con diferentes
intensidades) que la educación se encara por tramos y como si fuera una carrera
de obstáculos. Así, cuando aprobamos un curso, tendemos a pensar que hemos
superado una etapa y entonces nuestra voluntad se relaja y olvida lo que dejamos
atrás. De ese modo, hay muchos alumnos que pierden el espíritu del curso
durante los meses de julio, agosto y parte de septiembre. Luego, cuando vuelven
a las aulas, tienen que engrasar todo para que vuelva a rodar y a producir
resultados.
Me
parece que es una forma muy equivocada de enfocar la educación. Estoy
convencido de que tendríamos que encararla con actitud mucho más positiva, con
la seguridad de que es un camino que no tiene descansos porque no queremos que
los tenga, porque todo él es una fiesta y ansiamos aprovecharla al máximo.
No
te pido que te marques ningún horario rígido ni que estés dependiendo de lo que
te marquen desde fuera. Es otra cosa. Lo que quiero es que sigas -también durante
el verano- con el mismo espíritu de curiosidad que tenías durante el curso. Ahora
la curiosidad la puedes encauzar más libremente y sobre el asunto que más te
interese. Pero, por favor, no pierdas el ánimo de seguir descubriendo las maravillas
del milagro de la vida. Las clases y las lecciones de los libros no han sido
sino unas ventanas que te ponían ante la vista de unos espacios exteriores
luminosos que tienes que descubrir tú misma. En los campos que quieras, a la
velocidad que se te antoje, con la intensidad que prefieras, sin más exámenes
que los que tu conciencia te vaya marcando.
De
esa manera, cuando llegue septiembre y vuelvas a las aulas, notarás que, en
realidad, nunca te habías ido de ellas, del espíritu del aprendizaje, de las
ganas incontenibles de saciar la curiosidad, esa fuerza que distingue al ser
humano del resto de los animales. Y así, de manera ininterrumpida, te estarás
haciendo más persona, más dominadora del mundo, y estarás, a la vez,
contribuyendo a hacer una sociedad mejor y más habitable para ti y para los demás.
Solo
sigues teniendo una obligación en la vida: SER FELIZ. Estoy seguro de que esta
disposición favorable a la curiosidad te ayudará a conseguirlo, en la medida en
la que se puede conseguir.
Seguro
que ya habrás comprobado -y vas a seguir comprobando- esta realidad doble: a) Si
uno estudia para aprobar, corre el riesgo de suspender y de no aprender. b) Si
uno estudia para aprender, corre el bendito riesgo de aprender y, además -tú lo
sabes bien- de obtener las mejores calificaciones.
Creo
que la elección es sencilla. Vamos, campeona.
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