miércoles, 23 de junio de 2021

CARTA A UNA JOVEN(C)ÍSIMA ESTUDIANTE

 

 

 

CARTA A UNA JOVEN(C)ÍSIMA ESTUDIANTE

Me llegan noticias de tus extraordinarias calificaciones de fin de curso y de ciclo mientras te imagino alegre y feliz en este último día de clase. En la medida en la que las notas reflejan (siempre de manera aproximada) los conocimientos y los adelantos en el aprendizaje, me siento contento y tú también te deberías sentir satisfecha. Las notas interesan más por la tendencia que marcan que por el resultado de un momento concreto. Piensa que habrá otros compañeros cuyos resultados no serán tan satisfactorios. No pasa nada: todos vais dando pasos en la vida y os vais asentando en el camino de esa aventura maravillosa que va haciendo eso que llamamos el tiempo y el espacio.

Ahora llega el verano para todos. Y todo cambia y se desordena, los horarios se hacen más laxos y las obligaciones no nos acucian cada día. No habrá que levantarse cada mañana con prisas para no llegar tarde a clase ni estaremos pendientes de exámenes ni de deberes. Seguro que tendremos más tiempo para el contacto con la naturaleza y con otros elementos que nos llamarán la atención. Nos lo hemos merecido y tenemos derecho a pedir la recompensa a los esfuerzos del curso. Eso y mucho más entra dentro de lo normal y así lo aceptamos.

Yo querría poner reparo solo en una cosa, para considerarla y por si la queremos tener en cuenta.

Mira, resulta muy frecuente observar (siempre en diversos grados y con diferentes intensidades) que la educación se encara por tramos y como si fuera una carrera de obstáculos. Así, cuando aprobamos un curso, tendemos a pensar que hemos superado una etapa y entonces nuestra voluntad se relaja y olvida lo que dejamos atrás. De ese modo, hay muchos alumnos que pierden el espíritu del curso durante los meses de julio, agosto y parte de septiembre. Luego, cuando vuelven a las aulas, tienen que engrasar todo para que vuelva a rodar y a producir resultados.

Me parece que es una forma muy equivocada de enfocar la educación. Estoy convencido de que tendríamos que encararla con actitud mucho más positiva, con la seguridad de que es un camino que no tiene descansos porque no queremos que los tenga, porque todo él es una fiesta y ansiamos aprovecharla al máximo.

No te pido que te marques ningún horario rígido ni que estés dependiendo de lo que te marquen desde fuera. Es otra cosa. Lo que quiero es que sigas -también durante el verano- con el mismo espíritu de curiosidad que tenías durante el curso. Ahora la curiosidad la puedes encauzar más libremente y sobre el asunto que más te interese. Pero, por favor, no pierdas el ánimo de seguir descubriendo las maravillas del milagro de la vida. Las clases y las lecciones de los libros no han sido sino unas ventanas que te ponían ante la vista de unos espacios exteriores luminosos que tienes que descubrir tú misma. En los campos que quieras, a la velocidad que se te antoje, con la intensidad que prefieras, sin más exámenes que los que tu conciencia te vaya marcando.

De esa manera, cuando llegue septiembre y vuelvas a las aulas, notarás que, en realidad, nunca te habías ido de ellas, del espíritu del aprendizaje, de las ganas incontenibles de saciar la curiosidad, esa fuerza que distingue al ser humano del resto de los animales. Y así, de manera ininterrumpida, te estarás haciendo más persona, más dominadora del mundo, y estarás, a la vez, contribuyendo a hacer una sociedad mejor y más habitable para ti y para los demás.

Solo sigues teniendo una obligación en la vida: SER FELIZ. Estoy seguro de que esta disposición favorable a la curiosidad te ayudará a conseguirlo, en la medida en la que se puede conseguir.

Seguro que ya habrás comprobado -y vas a seguir comprobando- esta realidad doble: a) Si uno estudia para aprobar, corre el riesgo de suspender y de no aprender. b) Si uno estudia para aprender, corre el bendito riesgo de aprender y, además -tú lo sabes bien- de obtener las mejores calificaciones.

Creo que la elección es sencilla. Vamos, campeona.

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