DESENMASCARADOS
El
paisaje cambió como lo hace
cuando
se precipita la tormenta.
Era
de nuevo ver la cara al aire,
sin
el disfraz que da la mascarilla.
Apareció
de nuevo la sonrisa
que
andaba entre los labios escondida,
se
adivinaron besos, resaltaron
los
colores al viento en las mejillas,
llegó
la sensación de que ya todo
jugaba
a recordar lo que había sido.
Pero
alguno paseaba por las calles
con
el mismo disfraz, como con miedo
de
mostrar a los otros lo que el tiempo
no
consigue ocultar a la conciencia.
Alguien
reconoció que se encontraba
mejor
con el disfraz que al descubierto:
su
fealdad, confesó, era tan grande,
que
era mejor velarla y ocultarla:
la
pandemia, decía, me ha prestado
la
posibilidad del disimulo
en
medio de la gente, el autoengaño.
¿Ahora
qué voy a hacer si no resisto
ni
un momento de verme en el espejo?
Que
siga la pandemia y que la máscara
nos
vuelva a recordar la vieja Grecia,
sus
usos en festejos y teatros.
La
máscara y el mundo, la sorpresa
de
descubrir de nuevo nuestra imagen,
tan
débil, tan fugaz, tan pasajera,
y
no saber si es cierto lo que vemos
o
somos otros seres con la máscara.
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