LA FUERZA POR LA BOCA
Sabido
es que Sócrates consagra un método de acceso a la verdad basado en la
conversación, en la dialéctica, en el diálogo. Con él se aspira al ascenso a
las verdades universales desde los casos particulares. No siempre se consigue,
pero ahora ya se trata de un estadio en el que las ideas buscan la
universalidad y a la permanencia, por encima de los casos en los que se
encarnan. Son las bases del método inductivo y es su mayéutica, la manera de
acercarse a la verdad, y de hacerlo no como pura especulación, sino para que
ello sirva para vivir conforme a lo debido y para obrar el bien, o sea, para
que tuviera una realización práctica y ética.
Al
hijo de la partera le gustaba ‘asaltar’ a cualquiera que se encontraba por la
calle, le ofrecía conversación, le formulaba preguntas acerca de un concepto (aparentando
una situación de presunto ignorante) y le iba guiando para que el ciudadano
fuera progresando en el razonamiento. Después, solo después, la sabiduría de
aquel que confesaba “solo sé que no sé nada” igualaba o contraponía su manera
de concebir la definición del concepto y así llegaba a un acuerdo con el
sorprendido viandante.
Claro,
por eso lo acusaron de corromper a la juventud y a los ciudadanos en general.
No me extraña: ¡los conminaba a pensar!; ¡era un revolucionario! ¿A dónde vas,
Sócrates, con estas pretensiones? Y encima dándotelas de tontito y de
ignorante. Como si un cualquiera te pudiera enseñar y tú le pudieras responder
con serenidad, en busca de la verdad y de los conceptos absolutos. ¡Qué actitud
tan modélica!
Algo
similar a lo que sucede hoy en casi todos los campos de la actividad humana. O,
si no, miren qué ocurre en las intervenciones de los representantes públicos.
Pero miren, por favor, con ojos de conmiseración, para no perecer en la
contemplación. ¿Alguien ve por algún rincón algún atisbo de sumar fuerzas y posibilidades
para solucionar dificultades? En vez de identificar la raíz de un conflicto y
después aportar visiones razonadas para intentar resolverlo, lo que vemos
siempre son voces y deseos de echar por tierra al contrario antes que nada. De
tal manera lo vemos, que tenemos la sensación de que lo que menos importa son
los conflictos y solo interesa la derrota del adversario. En eso se nos van las
fuerzas, las voces y los insultos. Por el camino hemos perdido los modales, las
formas y, lo que es peor, las razones y los razonamientos. A la vuelta de la
esquina nos aguarda la desilusión, la desesperanza y el alejamiento de la res
pública. Y solo un paso más adelante, la pérdida de la convivencia pacífica y
la imposición del más fuerte en economía y en capacidad para la apariencia y el
embaucamiento. Cuando tengamos la percepción de que todo se nos va en esfuerzos
para ganar elecciones y de que todo vale para conseguir que el recuento de
votos nos sea favorable, entonces la democracia como modelo estará
tambaleándose y se estarán abriendo las puertas a otras formas más peligrosas
de relación.
Lo
expreso para el campo de la representación política, pero me parece que opera
de la misma forma en los demás ámbitos de la vida. Que cada cual elija unos cuantos
ejemplos y que compruebe a ver si es cierto o falso.
En
estos días, por ejemplo, leo y escucho descalificaciones absolutas hacia
seleccionador de fútbol expresadas con unas formas tan insultantes que dejan
sin fuerza cualquier atisbo que verdad que haya en ellas. Es otro ejemplo
público de ahora mismo. Y así hasta el absurdo.
Si
no se quiere ir muy lejos, analícese cualquier conversación y véase en qué
medida se escuchan los asistentes y en qué proporción se mezclan monólogos
individuales.
Sócrates,
el ser más sabio de su tiempo, escuchaba a sus interlocutores y les encaminaba
en sus propios razonamientos. Pues, aun así, no siempre llegaban al concepto ni
a la verdad. ¿Qué podemos esperar de tantos voceras a los que se les va la
fuerza en el tono y ni siquiera levantan la tapa del baúl de los razonamientos?
Habría que imponer en el código correspondiente la pena del silencio como
método de recuperación y de reinserción en la comunidad. No sería una de las
condenas más pequeñas.
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