CONVICCIÓN / CONVENIENCIA
El lenguaje es pobre, es aproximación débil a las cosas,
representación imperfecta de la realidad, dibujo gris del mundo, catapulta y
escenario, representación… Es esto y muchas más cosas. Pero, además, es algo muy
importante, que se debe expresar en formato negativo: el uso del lenguaje no es
neutro ni neutral. Es decir, que el lenguaje toma partido, selecciona, jerarquiza,
aclara, se pone de parte de, apunta hacia un lado concreto…
La deducción inmediata es que no puede ser utilizado de
cualquier manera, ni por ignorancia ni por mala fe. Porque tiene consecuencias
y produce resultados concretos que, o aclaran la realidad, o nos llevan al
engaño sin darnos cuenta. Este cuidado debería ser algo más exigido en
aquellos que tienen voz pública o representan las voluntades de otros. Sobra
decir que a la mente acuden enseguida aquellas personas que tienen voz en medios
de comunicación de masas o son representantes sociales o políticos. Pero, en
una u otra medida, es algo que nos concierne a todos en cuanto somos usuarios y
beneficiarios del lenguaje.
Me detengo -no por azar- en estas dos palabras: convicción y
convencimiento. Y lo hago porque creo que son de aplicación a lo que sucede
ahora mismo, y, si se me permite decirlo, a todos los hechos de la vida. Seguimos
en plena campaña de negociaciones para la investidura del candidato socialista
Pedro Sánchez. Como parece elemental, las reuniones se suceden con los diversos
partidos, para tratar de llegar a acuerdos. Los medios de comunicación se pasan
el día poniendo los puntos sobre las íes y tratando de buscarle tres pies al
gato en interpretaciones del más insignificante detalle, adelantando
intenciones y analizando gestos. Todo está sobre la mesa y a todo se le busca
punta.
No sé si separamos de verdad lo importante de lo que tiene
importancia. Quiero decir aquello que se puede creer importante de lo que
realmente lo es. Y ahí es cuando aparece el dúo convicción conveniencia. Tengo
la impresión de que, en la cabeza de muchos políticos y en la de muchos más
periodistas, se eleva a categoría más alta la conveniencia que la convicción.
Me gustaría estar equivocado, pero esta es mi impresión. En mi escala de
valores, por supuesto, la convicción se alza por encima de la conveniencia, y
como tal me gustaría actuar en mi comportamiento. Otra cosa es que mi debilidad
dé paso a la conveniencia.
La convicción tiene su base y su sustento en los principios. La
conveniencia la tiene en los intereses. La convicción se hermana con la razón,
mientras que la conveniencia se va del brazo de la inteligencia, esa cualidad
humana que tanto estimamos, pero que se supedita a conseguir réditos y
beneficios personales.
Se podrá argumentar -con razón- que la política es el arte de lo
posible, y que lo posible siempre tiene sus limitaciones. Para enredar más el
asunto, yo añadiré que no creo en verdades absolutas. Con ello ya tenemos la
ensalada mixta puesta en la mesa. Volveremos, entonces, a aquello de los grados
y a los tantos por cientos con los que se haya guisado esa ensalada.
Pero, si nos dejamos llevar por la conveniencia, corremos el
peligro de no llegar nunca a la convicción y a la razón (esa capacidad humana
que nos puede llevar a defender situaciones incluso si nos perjudican a
nosotros mismos). Y entonces habremos hecho un pan como unas tortas, pues
habremos abierto las puertas al todo vale y justificar casi cualquier medio si
nos sirve para conseguir el fin buscado. Atención, peligro.
¿En qué quedamos, pues, convicción o conveniencia? A mí me toca
decidir en mi actuación individual, que no es poco; incluso mostrar mi opinión
al respecto. A otros les cabe pensárselo con serenidad y razón, pues
representan a muchos y las consecuencias de sus decisiones afectan a toda la
comunidad.
Acaso, lo mismo que necesitamos siempre un referente legal para
la convivencia, necesitemos algún tipo de convicción en el horizonte que nos
guíe para admitir o rechazar todo lo que afecte a la conveniencia.
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