lunes, 30 de octubre de 2023

DE UNA CONSULTA MÉDICA NO CONSULTADA

 

DE UNA CONSULTA MÉDICA NO CONSULTADA

       Aquel que ya andaba metido en edad y con las visitas tasadas a los médicos, una tal día y otra al otro día, y que ya llevaba anotadas las fechas para no equivocarse, y que uno de esos días fijados en algo que ya se parecía a un calendario se marchó a Salamanca a pasar revisión de su próstata en el urólogo, porque, a esas alturas de la vida, tenía muy claro que tenía que revisar con frecuencia dos tamaños, el de la cartera y el de la próstata, y que con lluvia todo el camino porque el tiempo andaba metido en aguas se acercó hasta la capital, y que a eso de las cuatro menos diez estaba pegadito a la puerta de la clínica como un clavo, y que le mosqueó no ver luz en el interior, y que llamó al timbre varias veces y nadie le respondió, y que de repente observó una plaquita en la pared en la que rezaba: consultas de cinco a ocho, y que revisó sus notas y en ellas estaba fijada la hora para las cuatro, y que después de insistir en aporrear el timbre decidió darse un paseo por la Plaza Mayor y sus soportales, y que al cabo de un rato pensó que sería mejor cambiar de lugar en el que dar suelta a sus piernas, y que le dio por volver a pasar por la clínica por si hubiera suerte y ya estuviera abierta, y que al llegar vio luz dentro y se le alegró la pajarita aunque no entendía nada, y que volvió a llamar con insistencia al timbre, y que terminó por abrirle la puerta una señorita encargada de la recepción, y que le expresó su sorpresa por haber estado a las cuatro en punto y no haber sido recibido por nadie, y que la señorita torció el semblante y le aseguró que eso era imposible porque no recibían a ningún paciente hasta las cinco, y que entonces recordó lo que había visto en la placa de la entrada, y que puso cara de circunstancias y le insistió a la señorita que él tenía apuntada la fecha y la hora de las cuatro, y que la señorita empezó a impacientarse sugiriéndole que tal vez habría concertado cita con algún otro especialista, y que erre que erre le respondió que eso era imposible porque ya había acudido a esa clínica bastantes veces, y que la señorita de recepción se puso seria asegurando que no le constaba ni teléfono ni ninguna otra nota, y que revisó el historial y dijo que no encontraba ninguna anotación al respecto, y que ya sin saber qué hacer le iba a suplicar que por favor lo atendieran porque había viajado solo para esa consulta y que la enfermera le respondió que resultaba imposible porque aquella tarde la tenían completa, y que, ya resignado, se avino a concretar una nueva cita para otro día, y que casi se equivocan de nuevo porque le pidió un día que resultaba ser sábado y estaría la clínica cerrada, y que revisaron el calendario y encontraron otro día, y que le pidió a la enfermera que hiciera el favor de escribirle el día y la hora de la nueva cita en una nota firmada por ella, y que, ya mustio y desanimado, se disponía a salir de la clínica cuando en el fondo del pasillo apareció el urólogo con cara de no haber dormido en varios días, y que con voz ronca y desabrida alzó el tono para preguntar irónicamente si había sido él quien había llamado tan insistentemente hacía un rato, y que se asustó y le pidió disculpas, y que la enfermera le confesó que el doctor trabajaba en la Seguridad Social de ocho a tres y media y desde allí se iba directamente a la clínica para comer un poco y para dormir una siesta antes de empezar sus consultas particulares, y que entonces comprendió que apareciera con cara de pocos amigos y con ganas contenidas de echarlo a patadas de allí, y que bajó la cabeza y se despidió mohíno pero rápido para evitar malas consecuencias aunque pensando si tenía alguna culpa de que un médico fuera a comer y a dormir a su clínica, y que cuando salió a la calle llovía mansamente, y que se alejó de allí y pronto volvió a la carretera rumiando todo lo que había sucedido, y que anda pensando si volver o no volver a esa clínica el nuevo día fijado, y que en todo caso nunca lo volverá a hacer antes de las cinco, y que se asegurará de que las luces estén encendidas, y que enseñará, como si de una pancarta se tratara, la nota en la que llevará apuntados el día y la hora, y que medirá muy mucho las palabras delante del médico, y que escudriñará hasta el último gesto del doctor calibrando su estado de ánimo y hasta sus ganas de dormir.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Pues a mí me ha servido para pasar un buen rato.... jeje