EPIGRAMAS
Desde siempre se ha tendido a embridar la actividad humana en
clases, niveles, géneros, tipos, ciencias… Se trata tan solo de buscar formas
de retener y de mantener la posibilidad de acercarnos a un mundo difuso e
inasible sin la predisposición del desánimo por la tarea imposible; además, eso
nos vale para jerarquizar y para movernos en una escala de valores más o menos
común, que nos sirve de referente para el canon o sencillamente para seguir manteniendo
unos mínimos de supervivencia. Lo demás es solo humo y sombrajo en el mundo
normal y mucho más en el académico.
Sucede con todo en la vida, pero hoy me fijo en el mundo de la
creación literaria. A lo largo de la historia, el nacimiento de los llamados
géneros literarios no ha hecho más que cambiar: nacer, crecer, reproducirse y
morir. Como cualquier ser vivo. Hoy los géneros están muy poco prestigiados y cualquiera
se mueve en la defensa de que tal o cual obra no encaja bien en ninguno de los
géneros tradicionales. Y yo añado: ni falta que hace. Lo importante es el
contenido y no la clasificación. Por si fuera poco, los formatos se ven
condicionados por los medios en los que se reproducen. Así, hoy nada se puede entender
sin la presencia de las redes sociales, en las que se vierte buena parte de la
creación, aunque no haya dado todavía para ganar ningún premio Planeta. Pero
tiempo al tiempo.
Termino la lectura de una amplia antología de epigramas. El libro
recoge una muestra generosa (más de cuatrocientas páginas) de esta muestra
creadora en lengua española a lo largo de los siglos. Desde hace algún tiempo,
merodeo en la creación de aforismos, o algo parecido, tan próximos en la forma
a los epigramas, pero tan lejanos en el contenido.
El epigrama es «Composición poética breve, en que, con precisión
y agudeza, se expresa un solo pensamiento, por lo común festivo y satírico»
(RAE). Etimológicamente, epigrama significa acerca de la escritura: (epi +
grama) y eran simples inscripciones en paredes y tumbas fundamentalmente). Claro
que mejor es definirlo con la práctica y el ejemplo. Así el de Iglesias de la Casa:
«A la abeja semejante,
para que cause placer,
el epigrama ha de ser
pequeño, dulce y punzante».
Su cultivo se pierde en la noche de los tiempos y se puede
rastrear en la antigua Grecia (Dioscórides, Meleagro), en Roma (Varrón, Catulo…).
Y, por encima de todos ellos, nuestro paisano Marcial. Después, todo un reguero
de creadores a lo largo de los siglos: Lope, Quevedo, Góngora (y sus diatribas),
los Argensola, Torres Villarroel, Moratín, Cadalso… hasta formar una lista casi
interminable.
Revisar epigramas es dibujar un panorama con aquellas ideas y tópicos
que han circulado como Pedro por su casa en la convivencia de las distintas
generaciones; es como certificar esa escala de valores popular y tópica a la
que se han agarrado las gentes en su discurrir por el mundo.
No es difícil observar cuáles son esos ejes repetitivos: género
femenino; casamientos, médicos, sexo, epitafios, políticos, literatos, dinero,
religión…
Y es que las golondrinas de una larga antología sí hacen verano,
porque se repiten hasta la saciedad y a lo largo de los siglos, aunque marcando
las evoluciones que de las mismas se van haciendo.
Tal vez el caso más representativo sea el de la consideración de
la mujer. Lamentable, desde el punto de vista del presente, la consideración
-o, más bien, la falta de consideración- que de la mujer se tiene y las escasas
y oscuras acciones que se le atribuyen. Para llorar. Son muchas las causas que
podrían explicar esto y algunas de las no menos importantes apuntarían al hecho
de que casi todos los creadores hayan sido varones y a la misión que la
religión les ha encomendado siempre a las mujeres. Pero ese análisis se hace
largo y no cabe en este formato.
Por lo demás, la vida sigue casi igual: nacer, crecer, sobrevivir,
reproducirse, morir. Todo con mayor o menor dignidad.
Tengo para mí que el desarrollo de las redes sociales ha venido
a propiciar un nuevo contexto en el que el epigrama se puede reproducir como
las setas, con las características de la pequeñez, de la dulzura (o más bien de
la amargura y de la mala leche) y con el punzamiento de la aguja que hiere
(sobre todo desde la caperuza del anonimato).
Claro que una cosa es la cantidad y otra no siempre coincidente
es la calidad; una cosa es la elegancia y otra distinta es la grosería y la
ordinariez. Por ejemplo, no hay buen epigrama si no añade una parte final que
intente una sorpresa y un corte en el desarrollo lógico que produzca extrañeza
o risa. Y esto tal vez ya sea pedirles demasiado a los infinitos y vulgares
anónimos que por las redes circulan.
Algún ejemplo de esta antología:
«-¡Padre! Con sus pesadeces,
no obstante mis altiveces,
me persigue, me sonsaca,
y, como la carne es flaca…
-Vaya. Bueno. ¿Cuántas veces?».
«-Diputado quiere ser.
-¡Pero si no tiene renta!
-Pues por eso se presenta,
porque la quiere tener».
«No teniendo un perdulario
ni aun casa donde vivir,
con objeto de dormir
se entró en un confesonario.
A poco un sexagenario
arrodillose con fe,
y diciendo el “yo pequé”
contó sus culpas prolijo
hasta que el tuno le dijo:
-Y a mí qué me cuenta usted?».
«Al entrar en su casa
dijo un marido:
-O la puerta ha menguado,
o yo he crecido».
Y en este plan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario