viernes, 27 de octubre de 2023

EPIGRAMAS

EPIGRAMAS

Desde siempre se ha tendido a embridar la actividad humana en clases, niveles, géneros, tipos, ciencias… Se trata tan solo de buscar formas de retener y de mantener la posibilidad de acercarnos a un mundo difuso e inasible sin la predisposición del desánimo por la tarea imposible; además, eso nos vale para jerarquizar y para movernos en una escala de valores más o menos común, que nos sirve de referente para el canon o sencillamente para seguir manteniendo unos mínimos de supervivencia. Lo demás es solo humo y sombrajo en el mundo normal y mucho más en el académico.

Sucede con todo en la vida, pero hoy me fijo en el mundo de la creación literaria. A lo largo de la historia, el nacimiento de los llamados géneros literarios no ha hecho más que cambiar: nacer, crecer, reproducirse y morir. Como cualquier ser vivo. Hoy los géneros están muy poco prestigiados y cualquiera se mueve en la defensa de que tal o cual obra no encaja bien en ninguno de los géneros tradicionales. Y yo añado: ni falta que hace. Lo importante es el contenido y no la clasificación. Por si fuera poco, los formatos se ven condicionados por los medios en los que se reproducen. Así, hoy nada se puede entender sin la presencia de las redes sociales, en las que se vierte buena parte de la creación, aunque no haya dado todavía para ganar ningún premio Planeta. Pero tiempo al tiempo.

Termino la lectura de una amplia antología de epigramas. El libro recoge una muestra generosa (más de cuatrocientas páginas) de esta muestra creadora en lengua española a lo largo de los siglos. Desde hace algún tiempo, merodeo en la creación de aforismos, o algo parecido, tan próximos en la forma a los epigramas, pero tan lejanos en el contenido.

El epigrama es «Composición poética breve, en que, con precisión y agudeza, se expresa un solo pensamiento, por lo común festivo y satírico» (RAE). Etimológicamente, epigrama significa acerca de la escritura: (epi + grama) y eran simples inscripciones en paredes y tumbas fundamentalmente). Claro que mejor es definirlo con la práctica y el ejemplo. Así el de Iglesias de la Casa:

«A la abeja semejante,

para que cause placer,

el epigrama ha de ser

pequeño, dulce y punzante».

Su cultivo se pierde en la noche de los tiempos y se puede rastrear en la antigua Grecia (Dioscórides, Meleagro), en Roma (Varrón, Catulo…). Y, por encima de todos ellos, nuestro paisano Marcial. Después, todo un reguero de creadores a lo largo de los siglos: Lope, Quevedo, Góngora (y sus diatribas), los Argensola, Torres Villarroel, Moratín, Cadalso… hasta formar una lista casi interminable.

Revisar epigramas es dibujar un panorama con aquellas ideas y tópicos que han circulado como Pedro por su casa en la convivencia de las distintas generaciones; es como certificar esa escala de valores popular y tópica a la que se han agarrado las gentes en su discurrir por el mundo.

No es difícil observar cuáles son esos ejes repetitivos: género femenino; casamientos, médicos, sexo, epitafios, políticos, literatos, dinero, religión…

Y es que las golondrinas de una larga antología sí hacen verano, porque se repiten hasta la saciedad y a lo largo de los siglos, aunque marcando las evoluciones que de las mismas se van haciendo.

Tal vez el caso más representativo sea el de la consideración de la mujer. Lamentable, desde el punto de vista del presente, la consideración -o, más bien, la falta de consideración- que de la mujer se tiene y las escasas y oscuras acciones que se le atribuyen. Para llorar. Son muchas las causas que podrían explicar esto y algunas de las no menos importantes apuntarían al hecho de que casi todos los creadores hayan sido varones y a la misión que la religión les ha encomendado siempre a las mujeres. Pero ese análisis se hace largo y no cabe en este formato.

Por lo demás, la vida sigue casi igual: nacer, crecer, sobrevivir, reproducirse, morir. Todo con mayor o menor dignidad.

Tengo para mí que el desarrollo de las redes sociales ha venido a propiciar un nuevo contexto en el que el epigrama se puede reproducir como las setas, con las características de la pequeñez, de la dulzura (o más bien de la amargura y de la mala leche) y con el punzamiento de la aguja que hiere (sobre todo desde la caperuza del anonimato).

Claro que una cosa es la cantidad y otra no siempre coincidente es la calidad; una cosa es la elegancia y otra distinta es la grosería y la ordinariez. Por ejemplo, no hay buen epigrama si no añade una parte final que intente una sorpresa y un corte en el desarrollo lógico que produzca extrañeza o risa. Y esto tal vez ya sea pedirles demasiado a los infinitos y vulgares anónimos que por las redes circulan.

Algún ejemplo de esta antología:

«-¡Padre! Con sus pesadeces,

no obstante mis altiveces,

me persigue, me sonsaca,

y, como la carne es flaca…

-Vaya. Bueno. ¿Cuántas veces?».

 

«-Diputado quiere ser.

-¡Pero si no tiene renta!

-Pues por eso se presenta,

porque la quiere tener».

 

«No teniendo un perdulario

ni aun casa donde vivir,

con objeto de dormir

se entró en un confesonario.

A poco un sexagenario

arrodillose con fe,

y diciendo el “yo pequé”

contó sus culpas prolijo

hasta que el tuno le dijo:

-Y a mí qué me cuenta usted?».

 

«Al entrar en su casa

dijo un marido:

-O la puerta ha menguado,

o yo he crecido».

Y en este plan.

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