¿QUIÉN, QUÉ CÓMO?
Imaginemos que queremos reunir personas y opiniones en torno de
una idea que se va a desarrollar en un lugar y en un tiempo determinados.
Pongámosle título al asunto. Y ya, puestos a poner y a titular, no nos quedemos
con las ganas. Ahí va: «¿CÓMO CAMBIAR EL MUNDO?». Con dos. Pero de buenas
intenciones está el mundo lleno. Eso sí, si no nos atrevemos a una reunión de
muchos, hagámoslo por nuestra cuenta y riesgo. Nos faltará variedad, pero
ganaremos en sencillez. Pues, ¿por qué no?
La organización lógica de una oración empieza por el sujeto,
continúa por el núcleo del predicado y sigue con sus complementos. Por eso el
título de estas líneas. Pero, como andamos entre interrogaciones, destacamos en
primer lugar aquello que más nos llama la atención. Por eso el orden de la
pregunta también podría ser y es este: ¿CÓMO CAMBIAR EL MUNDO?
Sabiendo que se trata simplemente de un ejercicio de intenciones
y que no espero ningún resultado inmediato ni definitivo, me surgen enseguida
algunas preguntas. Son estas:
1.- ¿Qué significa cambiar?
2.- ¿En qué consiste eso de cambiar aplicado a una realidad?
3.- ¿Cómo se concreta y qué realidad abarca eso de «el mundo»?
Necesito una pequeña parada porque me he quedado atascado y no
sé cómo seguir. Y al poco: ¿En qué dirección ha de ir ese cambio? Y aquí ya me
enredo en las posibilidades. Porque miro a mi alrededor y unos cambios me
reclaman más que otros. Ahora mismo se está produciendo un conflicto -ellos ya
lo llaman directamente guerra- entre Israel y Palestina. Y hay otras cuantas
más extendidas por diversas geografías. Entonces, ¿cambiar para la paz?,
¿concentrar los esfuerzos en eso?
Si no tuviera la inmediatez de las guerras, es muy posible que
mi atención se centraría en algo tan genérico como eso que llamamos el cambio
social. Pero tendría que definir en qué consiste ese cambio social, asegurarme
de cuántos están en el mismo intento y a quién beneficiaría ese cambio social.
Porque tal vez aquello que yo pienso que favorece a algunos, sea considerado
por otros como algo perjudicial para los mismos. De manera que esa idea general
y aparentemente tan positiva y neutra puede complicarse a la hora de su
aplicación. Y no digamos si ponemos encima de la mesa otras prioridades y
concreciones: la ecología, la igualdad de género, los derechos fundamentales…
Si hubiéramos dado con la tecla de la acotación del cambio,
habría que ponerse a la labor de pasar de las musas al teatro, es decir, de
llevar a cabo eso que hemos definido. ¿Con qué método ideológico, social,
político, sindical…? Mucho tajo para tan poca fuerza. Pero algo hay que elegir.
Y uno, tímidamente, se va al rincón de pensar, para tratar de extraer de él
algún mandato concreto con el que actuar en eso que abarca el término cambiar.
Incluso, en el caso de traer algo claro de ese rincón, me
quedaría la labor de ponerle límites a la realidad a la que quiero aplicar ese
mandato. ¿A qué parte de la realidad voy a aplicar eso? Porque las fuerzas son
las que son, las posibilidades de influencia no son muchas, y eso del mundo se
me escapa por todos los costados, me supera y corro el peligro de morir en el
intento casi antes de empezar la tarea.
Así que mi cabeza se infla y se desinfla, se pierde y no se
encuentra, se desanima y vuelve a tomar resuello, cae y se levanta… y anda
desconcertada por tanto pájaro como le vuela en la mente.
Tal vez uno no debería emular a don Quijote, que creía que iba a
solucionar todos los tuertos del mundo. Acaso hay que rebajarle los humos a eso
de cambiar y conformarse con la suma de pequeñas modificaciones que hagan real
aquello de que «un grano no hace granero, pero ayuda al compañero». Puede que
no sea malo tener presente aquello de que «el que mucho abarca poco aprieta». Y
no estaría de más saber situarse en un espacio y en un tiempo pequeñitos, esos
que crea y que abarca la conciencia de cada uno.
No sé si, en definitiva, el mejor cambio del mundo no se
concreta en el cambio de uno mismo, en amueblar nuestra propia casa antes de
arreglar la del vecino, porque entonces estaríamos en las mejores condiciones
de ayudarle a arreglar la suya. Tal vez también porque, como decía Unamuno «El
ser individual es la realidad primaria: Nada hay más universal que lo
individual, pues lo que es de cada uno lo es de todos». No sé.
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