PARTIDA CELESTIAL EN ORIENTE MEDIO
Alá y Yahvé jugaban la partida
-con café, copa y puro- en sobremesa.
(Un gran coro de dioses observaba
y aguardaba su turno y ocasión).
-Te canto veinte en bastos. -Y yo, en
copas.
-Pues entonces te jodes y te arrastro.
-Asisto y te repito: tengo triunfos
para dar y tomar. -Bebe otro trago
mientras le pido más al camarero.
-Echa un vistazo y luego comentamos,
mira cómo se matan ahí abajo
en nombre de algún dios desconocido.
-Déjalos, no los toques, pues si eso
haces
les quitarás la venda de los ojos,
se les vendrán abajo sus excusas
y nosotros iremos sin remedio
al reino del olvido y de la nada.
-Pues arrastro de nuevo y echo un
brindis
por tanto gilipollas que anda suelto
por los anchos caminos de este mundo.
-No es preciso que brindes, su torpeza
es tan grande, que, cuanto más les
mientes,
más tontos y fanáticos se vuelven.
-Pues que sigan montando batallitas
en nombre de ese dios: su fanatismo,
que arraiga y crece libre en la
ignorancia,
impedirá que acabe esta partida
que nos tiene a los dos entretenidos.
En medio del fragor de la batalla,
las espadas, los odios y las bombas
miraban hacia el cielo suplicando
la clemencia de Alá ante tanta sangre
o la ayuda divina de Yahvé.
Se inmolaban los cuerpos, las ciudades
eran aras gigantes en las cuales
se oficiaba una lúgubre liturgia
con negros y macabros oficiantes.
En el sancta sanctorum, el silencio.
Y nadie molestaba la partida
que Alá y Yahvé jugaban a las cartas.
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