DE UNA CONSULTA MÉDICA NO CONSULTADA
Aquel que ya andaba metido en edad y con
las visitas tasadas a los médicos, una tal día y otra al otro día, y que ya
llevaba anotadas las fechas para no equivocarse, y que uno de esos días fijados
en algo que ya se parecía a un calendario se marchó a Salamanca a pasar
revisión de su próstata en el urólogo, porque, a esas alturas de la vida, tenía
muy claro que tenía que revisar con frecuencia dos tamaños, el de la cartera y
el de la próstata, y que con lluvia todo el camino porque el tiempo andaba
metido en aguas se acercó hasta la capital, y que a eso de las cuatro menos
diez estaba pegadito a la puerta de la clínica como un clavo, y que le mosqueó
no ver luz en el interior, y que llamó al timbre varias veces y nadie le
respondió, y que de repente observó una plaquita en la pared en la que rezaba:
consultas de cinco a ocho, y que revisó sus notas y en ellas estaba fijada la
hora para las cuatro, y que después de insistir en aporrear el timbre decidió
darse un paseo por la Plaza Mayor y sus soportales, y que al cabo de un rato
pensó que sería mejor cambiar de lugar en el que dar suelta a sus piernas, y
que le dio por volver a pasar por la clínica por si hubiera suerte y ya
estuviera abierta, y que al llegar vio luz dentro y se le alegró la pajarita
aunque no entendía nada, y que volvió a llamar con insistencia al timbre, y que
terminó por abrirle la puerta una señorita encargada de la recepción, y que le
expresó su sorpresa por haber estado a las cuatro en punto y no haber sido
recibido por nadie, y que la señorita torció el semblante y le aseguró que eso
era imposible porque no recibían a ningún paciente hasta las cinco, y que
entonces recordó lo que había visto en la placa de la entrada, y que puso cara
de circunstancias y le insistió a la señorita que él tenía apuntada la fecha y
la hora de las cuatro, y que la señorita empezó a impacientarse sugiriéndole
que tal vez habría concertado cita con algún otro especialista, y que erre que
erre le respondió que eso era imposible porque ya había acudido a esa clínica
bastantes veces, y que la señorita de recepción se puso seria asegurando que no
le constaba ni teléfono ni ninguna otra nota, y que revisó el historial y dijo
que no encontraba ninguna anotación al respecto, y que ya sin saber qué hacer
le iba a suplicar que por favor lo atendieran porque había viajado solo para
esa consulta y que la enfermera le respondió que resultaba imposible porque
aquella tarde la tenían completa, y que, ya resignado, se avino a concretar una
nueva cita para otro día, y que casi se equivocan de nuevo porque le pidió un
día que resultaba ser sábado y estaría la clínica cerrada, y que revisaron el
calendario y encontraron otro día, y que le pidió a la enfermera que hiciera el
favor de escribirle el día y la hora de la nueva cita en una nota firmada por
ella, y que, ya mustio y desanimado, se disponía a salir de la clínica cuando
en el fondo del pasillo apareció el urólogo con cara de no haber dormido en
varios días, y que con voz ronca y desabrida alzó el tono para preguntar
irónicamente si había sido él quien había llamado tan insistentemente hacía un
rato, y que se asustó y le pidió disculpas, y que la enfermera le confesó que
el doctor trabajaba en la Seguridad Social de ocho a tres y media y desde allí
se iba directamente a la clínica para comer un poco y para dormir una siesta
antes de empezar sus consultas particulares, y que entonces comprendió que
apareciera con cara de pocos amigos y con ganas contenidas de echarlo a patadas
de allí, y que bajó la cabeza y se despidió mohíno pero rápido para evitar
malas consecuencias aunque pensando si tenía alguna culpa de que un médico
fuera a comer y a dormir a su clínica, y que cuando salió a la calle llovía
mansamente, y que se alejó de allí y pronto volvió a la carretera rumiando todo
lo que había sucedido, y que anda pensando si volver o no volver a esa clínica
el nuevo día fijado, y que en todo caso nunca lo volverá a hacer antes de las
cinco, y que se asegurará de que las luces estén encendidas, y que enseñará, como
si de una pancarta se tratara, la nota en la que llevará apuntados el día y la
hora, y que medirá muy mucho las palabras delante del médico, y que escudriñará
hasta el último gesto del doctor calibrando su estado de ánimo y hasta sus
ganas de dormir.
1 comentario:
Pues a mí me ha servido para pasar un buen rato.... jeje
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